La semana pasada, en Estambul, se leyó un mensaje de Abdullah Öcalan, el fundador encarcelado del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (Partiya Karkerên Kurdistanê, PKK), durante una conferencia de paz. “Nuestro llamado a la paz y a una solución democrática no es un gesto político pasajero -declaró-. Es una estrategia, un paso histórico”. Sus palabras coincidieron con un nuevo impulso a los esfuerzos, estancados durante mucho tiempo, de Turquía por poner fin a un conflicto que ha marcado al país -y a sus minorías- durante décadas.
Ankara ha encomendado a una comisión parlamentaria de 48 miembros (en un principio integrada por 51 legisladores) sentar las bases de un proceso de paz con el PKK para finales de año. El grupo, que incluye a legisladores del gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (Adalet ve Kalkınma Partisi, AKP), su aliado el Partido del Movimiento Nacionalista (Milliyetçi Hareket Partisi, MHP), el principal partido de la oposición, el Partido Republicano del Pueblo (Cumhuriyet Halk Partisi, CHP), y el Partido para la Igualdad y la Democracia de los Pueblos (Halkların Eşitlik ve Demokrasi Partisi, DEM), está encargado de preparar el marco legal para la reconciliación y decidir el destino de Öcalan, quien se encuentra recluido en aislamiento en la isla de Imrali desde 1999.
El PKK, que libró una insurgencia de cuarenta años, declaró en mayo que abandonaba la lucha armada para adoptar una política democrática. En el norte de Irak, sus combatientes celebraron una ceremonia simbólica de desarme, y a principios de agosto el propio Öcalan recalcó que “la sociedad democrática, la paz y la integración” eran los pilares fundamentales del proceso.
Sin embargo, persiste el escepticismo. El presidente Recep Tayyip Erdogan ha advertido que si el PKK retrocede (en el proceso de paz), Turquía reanudará las operaciones militares. “Si no se cumplen las promesas… no podemos ser culpados de lo que suceda”, declaró.
Para el pueblo asirio (arameo-asirio-caldeo) de Beth Nahrin (Mesopotamia), que ha sufrido desplazamientos, masacres y la silenciosa erosión de sus comunidades durante siglos, la posibilidad de la paz tiene un profundo significado. Evgil Türker, presidente de la Federación de Asociaciones Asirias de Turquía (SÜDEF), estuvo entre los líderes invitados a la ceremonia de desarme del PKK a principios de este verano.
Describió el evento como “un día histórico para Medio Oriente”. Para los asirios (arameos, asirios y caldeos), afirmó que los conflictos armados siempre han significado pérdidas. “Dondequiera que hay guerra, nuestro pueblo se siente obligado a huir -declaró a Syriac Press-. Las pérdidas para nosotros son enormes, un tema recurrente a lo largo de nuestra historia”.
Hoy en día, solo una fracción de la comunidad siríaca (arameo-asirio-caldea) de Turquía permanece en su patria ancestral de Tur Abdin, con muchos más pobladores en Europa, Estados Unidos y Australia. Para ellos, la paz entre el Estado turco y el PKK no es una cuestión geopolítica distante, sino una oportunidad de supervivencia, reconocimiento y, quizás, incluso de retorno.
“Nuestros problemas están ligados a los problemas más amplios de Turquía -dijo Türker-. La falta de democracia también nos afecta. La Constitución ha negado la existencia de pueblos, culturas e idiomas durante cien años. Por supuesto, este es un problema asirio. A nosotros también se nos niega y se nos ignora”.
Por lo tanto, los líderes asirios han brindado su apoyo al proceso de paz, con la esperanza de que conduzca a una nueva Constitución que consagre los derechos de todas las comunidades. En dicho marco, los asirios podrían aspirar a garantías básicas: libertad de culto, de educar a sus hijos en su propio idioma, de reclamar las propiedades confiscadas y de existir como un pueblo reconocido.
También existe la esperanza de que la paz pueda reconectar a la diáspora con sus raíces. “Si este proceso tiene éxito, los asirios en el extranjero podrán visitar e incluso regresar permanentemente a su patria”, declaró Türker, instando a la comunidad siríaca global (arameo-asirio-caldeo) a respaldar los esfuerzos de reconciliación.
Sin embargo, los riesgos son innegables. La desconfianza entre Ankara y el PKK es profunda, y las voces intransigentes de ambos bandos siguen siendo fuertes. Pero para un pueblo que ha visto disminuir su número con cada ronda de conflicto, incluso una frágil oportunidad de paz merece la pena.
Como escribió Öcalan en su mensaje del Día Mundial de la Paz: “La verdadera paz no es simplemente el silencio del conflicto. Es la creación de una era de libertad, democracia y justicia social”.
Para el pueblo asirio de Beth Nahrin, ese momento ha sido esquivo durante generaciones. Aún es incierto si este proceso lo acercará, pero por una vez la posibilidad está sobre la mesa.
FUENTE: Syriac Press / Traducción y edición: Kurdistán América Latina