Sati: la ceremonia de la muerte perfumada de modernidad

Los tiempos modernos parecen haber dejado atrás los terribles rituales del pasado. Sin embargo, algunas tradiciones simplemente cambian de nombre, refinan sus formas y vuelven a aparecer. Antiguamente, Sati cobraba vida cuando la mujer era arrojada al fuego funerario. Hoy en día, las mujeres continúan esta tradición borrando silenciosamente su propia identidad y a menudo sin darse cuenta. En este texto, analizaré esta forma moderna de aniquilación que llamo “Sati cosmética”, relacionándola tanto con sus raíces históricas, como con las crisis actuales de la existencia de las mujeres.

Sati clásica: la forma ardiente de la lealtad

Sati no es solo un suicidio individual, sino un símbolo dramático e impactante del sacrificio, la anulación y la invisibilización de la identidad de la mujer que la ideología del hombre dominante ha impuesto al largo de la historia, disfrazándolo de lealtad. La mujer es solo una esposa, una posesión, un recuerdo. La retirada de la mujer del mundo tras el hombre fallecido es una declaración colectiva de que la mujer no es un mundo por sí misma. Esta figura femenina, cuya existencia sólo es posible a través de la existencia de otro, es metafísicamente inexistente.

No se trata de un ritual exclusivo de la India. En distintas partes del mundo, valores como la fidelidad conyugal y el sacrificio son santificados mediante discursos que legitiman la eliminación de las mujeres de la vida. La existencia de la mujer cobra significado al identificarse con la muerte o con las decisiones del hombre, y esta exaltación se refuerza con la aprobación social de la obediencia femenina. La expresión “la palabra del hombre es garantía, el destino de la mujer es mortaja”, es un proverbio turco de esta mentalidad.

Sati cosmético: aniquilación perfumada

Hoy este ritual se repite con otro marco estético, se representa cada día de nuevo. La mujer quizás ya no salta a un fuego funerario, pero cada día se pone frente al espejo del maquillaje y comienza a convertirse en cenizas. Allí no se mira a sí misma, sino a una imagen alejada de su propia identidad. Su reflejo en el espejo no representa su propio ser, sino un “ideal” moldeado según la aprobación de la sociedad y especialmente de la mirada masculina. Eslóganes bajo el disfraz de libertad como “vístete para ti misma” son en realidad máscaras elegantes de un control interiorizado. Cada elección, aunque aparentemente personal, se realiza dentro de los límites trazados por algoritmos, normas estéticas y filtros de medios digitales.

En el mundo digital, cada publicación, cada pose, cada toque estético debilita un poco más la conexión de la mujer con su propia voz interior. La mujer moderna, para poder decir “estoy aquí”, primero debe silenciar, incluso olvidar la pregunta “¿quién era yo?”. Porque la forma de demostrar su existencia ya no es una construcción interna, sino un escaparate externo.

Esta “Sati cosmética” es la retirada silenciosa del alma en aras de la belleza corporal; es una especie de suicidio silencioso y reluciente. La existencia interna ha sido sacrificada por la aprobación externa, la visibilidad de la mujer no nace de su propia esencia, sino del orden de luz que ofrecen los algoritmos. Así, la mujer vive para ser alguien digna de ser vista, en lugar de ser ella misma.

Amor, lealtad y fusión

La mujer moderna aún reconoce el amor en el espejo de Sati. Los gustos del amante, su entorno, lo que le gusta y no le gusta, se convierten en moldes invisibles que dan forma al propio ser de la mujer. El dicho romántico de “haría cualquier cosa por ti” es la narración de un cuerpo alquilado en el que se destruye la condición de ser sujeto de las mujeres y su identidad se transfiere a otro. No cabe duda de que también se trata de una Sati: esta vez el fuego arde en el amor, la mujer se convierte en cenizas mientras trata de mantener viva la relación borrando sus propios límites.

El número de mujeres que dicen “me he perdido a mí misma” después de una ruptura son el público multitudinario de este ritual invisible. No hay ceremonia ni leña que se queme, pero la esencia perdida es la misma. Se vive un entierro interno silencioso, una aniquilación invisible.

Estética de la obediencia: la nueva colonización del cuerpo de la mujer

El capitalismo mercantiliza el cuerpo de la mujer y lo coloca en un escaparate invisible. Este cuerpo moldeado por preocupaciones estéticas debe ser constantemente remodelado: debe adelgazarse, engrosarse, rejuvenecerse, reinventarse, tal vez incluso redefinirse. Cada intervención, aunque se presente aparentemente como una declaración de libre albedrío, son en realidad imposiciones del sistema dominante masculino recubiertas de estética. Esta es la versión moderna y maquillada de Sati.

La mujer esta vez no camina hacia el fuego sagrado, sino hacia la luz de focos profesionales, flashes de cámara y filtros de Tik Tok. Debe arder para brillar. Pero esta combustión es invisible porque es interna. Vista desde afuera, parece brillo, confianza en sí misma y expresión propia. Pero por dentro se vive una erosión de la esencia. La mujer presenta su propia existencia, disolviéndola en las luces del escenario. Aunque parezca voluntario, este ritual es tan sistemático y envolvente como los demás.

Reconstrucción de la existencia: ¿es posible escapar de Sati?

Para las mujeres que viven en esta era, la verdadera revolución es reconstruirse a una misma, es decir, ser xwebûn. Se trata de construir una forma de existencia que se nutra de sus propias experiencias, deseos, dolores y límites, y no de la sombra de otro ser. La liberación consiste en abandonar no solo las instituciones dotadas de la mentalidad del hombre dominante, sino también las formas de obediencia interiorizadas y los patrones de aniquilación voluntaria transmitidos de generación en generación.

La mujer tiene que redefinir el amor, el cuerpo, la maternidad y la visibilidad. De lo contrario, cada nueva generación repite una versión de Sati, que solo ha cambiado de forma. Los algoritmos sustituyen al fuego, los filtros a las cadenas. Pero sigue siendo el ser de la mujer lo que arde en lo más profundo.

El camino para superar la “Sati cosmética” no es ser visible, sino poder existir más allá de la apariencia. Las mujeres deben buscar formas de verse no en espejos, sino en la escritura, en la producción, en las relaciones, en la lucha política, en la resistencia y la rebelión. La verdadera revolución sólo es posible cuando se puede ser un mundo por sí misma, no solo articulándose con otro ser. Por eso la revolución de las mujeres está más en la reivindicación de la “existencia”, no de “visibilidad”. Esta reivindicación crece frente a espejos internos, no frente a espejos de maquillaje.

Vivir sin arder…

Puede que Sati haya pasado a la historia desde el punto de vista físico. Pero su sombra continúa vagando en las decisiones de las mujeres, en sus relaciones, en sus percepciones corporales, en sus comportamientos en el lugar de trabajo, en sus estrategias en los medios digitales… El fuego no se ha apagado, solo ha cambiado de forma. Detrás de cada luz que parece no arder, aún se esconde ese antiguo fuego.

Pero esta vez, frente a cada fuego, hay una conciencia de mujer que se eleva sigilosamente de las cenizas. Esta conciencia comienza preguntándose de nuevo y con insistencia: “¿quién soy?”. Una conciencia que se cuestiona, se redefine a sí misma, y basa su propia autenticidad no en la aprobación de otros sino en su propia verdad, en ser xwebûn.

Es posible renacer de las cenizas. Y más importante aún, es posible vivir sin arder.

Y quizá la frase más radical de esta era para las mujeres sea: “Soy leal a mi propia existencia”.

FUENTE: Zarin Akin / Jineolojî.org / Edición: Kurdistán América Latina

viernes, agosto 1st, 2025