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La necesidad de redefinir el socialismo

El mensaje de Abdullah Öcalan en la Conferencia Internacional sobre Paz y Sociedad Democrática, celebrada en Estambul los días 6 y 7 de diciembre, ofreció un terreno fértil para la reflexión crítica y el debate. El interés que despertó no fue casual. Más que un saludo ceremonial, el mensaje de Öcalan expuso un marco teórico integral: abordó la crisis del socialismo, el estancamiento histórico del Estado nación, las profundas fisuras de la civilización moderna, el papel fundamental de la liberación de la mujer y las perspectivas de construir una sociedad democrática.

Incluso el título del mensaje —”Reivindiquemos el socialismo mediante la construcción de la paz y una sociedad democrática”— señalaba una ambición que trascendía con creces los debates insulares y cada vez más desconectados socialmente que han caracterizado a gran parte de la izquierda turca durante décadas. Por lo tanto, no fue sorprendente que casi todas las presentaciones de la conferencia abordaran el mensaje de Öcalan. Lo sorprendente, sin embargo, es que algunos círculos socialistas en Turquía optaran por no abordar el texto, sino por descartarlo de plano. Tras estas reacciones no se esconde una objeción teórica, sino un reflejo psicopolítico más profundo, históricamente arraigado: una reproducción de la arrogancia nacional dominante —disfrazada de izquierdista— que sostiene que los kurdos no pueden ser sujetos socialistas.

Al redefinir el socialismo como un proyecto de reconstrucción social, Öcalan plantea una noción que articuló hace años: “Insistir en el socialismo es insistir en ser humano”, en un contexto más radical: en el mundo actual, el simple hecho de seguir siendo humano ya es un acto de resistencia socialista. En una era en la que la modernidad capitalista ha devastado la naturaleza, la sociedad y las relaciones humanas por igual, el socialismo ya no es una identidad ideológica abstracta, sino un camino ético, político y colectivo para reconstruir la vida. Este enfoque —centrado en la liberación de la mujer, arraigado en la conciencia ecológica, comprometido con la organización democrática y arraigado en el principio de autodefensa comunitaria— desafía a aquellos segmentos de la izquierda que se han aislado de la sociedad durante mucho tiempo y han convertido la teoría en un monólogo insular. Porque si el socialismo vuelve a conectar con la sociedad, un cambio en la autoridad teórica se hace inevitable. Y es precisamente por esta razón que a algunos críticos les preocupa menos el contenido del mensaje que la identidad de su autor: un kurdo.

La relación de Öcalan con el marxismo también provoca malestar en estos círculos. Si bien reconoce que Marx amplió los horizontes de la humanidad, Öcalan no duda en señalar las limitaciones de su época: la ausencia de conciencia ecológica, el compromiso superficial con la liberación de la mujer y la falta de un análisis más profundo de los orígenes del Estado y del Estado nación. Esto no supone un rechazo a Marx, sino un argumento a favor de la urgente renovación del socialismo. Sin embargo, para quienes consideran el marxismo no como un método, sino como una seña de identidad, como un dogma, tal postura no constituye un desafío teórico, sino una amenaza posicional. La propuesta de Öcalan de actualizar el marxismo desestabiliza el privilegio intelectual, durante mucho tiempo incuestionable, que se conserva en la izquierda turca.

Por eso Veysi Aktaş —recientemente liberado de la isla prisión de Imrali y quien leyó el mensaje de Öcalan en la conferencia— calificó acertadamente esta postura de “intolerancia” en un artículo publicado en Bianet. Para quienes buscan refugio en el dogma, es más fácil aferrarse a viejas certezas que enfrentarse a nuevos conceptos. Estos grupos pueden recitar el materialismo dialéctico como si fuera una escritura, pero se niegan a retomar la dialéctica con la historia, la sociedad, la libertad de la mujer o el pensamiento ecológico. Su lealtad no reside en la teoría socialista en sí, sino en su dominio sobre ella. El mensaje de Öcalan es inquietante precisamente porque perturba ese dominio y reintroduce la teoría en el ámbito de la lucha social.

Uno de los puntos de mayor malestar es la cuestión del Estado nación. Öcalan lo define como el monopolio de la violencia dentro de la modernidad capitalista y argumenta que el socialismo real se derrumbó porque adoptó esta forma. Su afirmación de que “el socialismo estatista fue derrotado por el Estado” genera pánico entre aquellos segmentos de la izquierda turca que aún conservan vestigios del pensamiento estatista. Para ellos, el socialismo sigue siendo un proyecto que se realiza mediante la toma del Estado. Öcalan, sin embargo, insiste en que el socialismo no se construirá mediante el Estado, sino a través de la sociedad democrática. Conceptos como república democrática, nación democrática, democratización del derecho y la sustitución de la violencia por el diálogo y la negociación marcan un campo discursivo radicalmente diferente, mucho más allá de la fantasía de la izquierda turca de “revolución a pesar del Estado”. De esta manera, el enfoque de Öcalan expone las contradicciones no resueltas en la relación de la izquierda con el poder estatal.

Su perspectiva histórica también profundiza esta ruptura. En lugar de reducir el capitalismo a un fenómeno del siglo XVI, Öcalan lo conecta con la memoria comunitaria de Mesopotamia, que se remonta a diez mil años atrás. Interpreta la supresión de la vida comunitaria, el auge de las castas patriarcales, el nacimiento del Estado y la dominación de la naturaleza, como raíces interconectadas de la modernidad capitalista. Este es un llamado a reconstruir el socialismo no solo en el terreno de la lucha de clases, sino a la luz de una crisis de civilización más amplia. Y es aquí donde los círculos dogmáticos se sienten más interpelados: esta perspectiva rompe los límites teóricos que durante mucho tiempo han considerado sacrosantos.

Sin embargo, tras todos estos debates teóricos se esconde una realidad más cruda e incendiaria: ciertos círculos socialistas en Turquía aún luchan por aceptar la idea de que los kurdos puedan ser sujetos socialistas por derecho propio. Estos grupos —que desde hace tiempo se expresan en nombre de la izquierda, pero son socialmente ineficaces— no tienen ningún problema con que los kurdos luchen, mueran o se sacrifiquen. Lo que no pueden aceptar es que los kurdos redefinan el socialismo, intervengan en el marxismo y amplíen el ámbito teórico. Distinciones como “socialistas y kurdos”, y el rechazo reflexivo de las palabras de Öcalan, dejan al descubierto una arrogancia más profunda. Una mentalidad que acepta a los kurdos como aliados, pero no como participantes iguales en el discurso teórico, revela las estructuras jerárquicas que aún operan dentro de la propia izquierda.

Así, la incomodidad actual no se debe solo a lo que dice Öcalan, sino al simple hecho de que los kurdos hablen. Porque cuando los kurdos hablan de socialismo, otros temen perder su monopolio interpretativo.

La realidad, sin embargo, es bastante simple: en este país, es el Movimiento de Liberación Kurdo el que ha llevado el socialismo a su máxima expresión social; el que lo ha vinculado con la liberación de la mujer, la ecología y las prácticas democráticas. Esto no es un halago, sino un hecho histórico. Cualquiera que busque repensar el socialismo hoy debe observar el terreno donde se ha forjado esta realidad. Las palabras de Öcalan sirven como prueba de fuego que rompe la cadena de privilegios dentro de la izquierda.

Las preguntas son claras: ¿quién participa y quién huye? ¿Quién se compromete con la lucha popular y quién santifica al Estado? ¿Quién se atreve a renovarse y quién se esconde tras el dogma?

Las respuestas a estas preguntas revelan los límites reales de la izquierda turca.

En definitiva, la cuestión no es lo que dice Öcalan, sino la conmoción que provoca la perspectiva de que los kurdos puedan determinar el rumbo del socialismo. Quienes perciben esta conmoción como una amenaza han olvidado hace tiempo que el socialismo se concibe como la lucha por la liberación de los pueblos.

Hoy en día, no serán los dogmas abstractos desconectados de la sociedad los que renovarán el socialismo, sino la línea de libertad forjada en la intersección de la resistencia kurda, las luchas de las mujeres, el trabajo, los movimientos juveniles y la conciencia ecológica.

Y la persona que ha expresado con mayor claridad esta línea de pensamiento sigue encarcelada en Imrali: Abdullah Öcalan.

Habrá quienes se sientan incómodos. Otros desestimarán lo que se diga. Algunos seguirán mirando hacia otro lado, sin importar lo que escuchen.

Pero todos, excepto los negacionistas, lo saben: el futuro del socialismo en esta tierra no se escribirá a pesar de los kurdos: se escribirá con ellos.

FUENTE: Amed Dicle / ANF / Edición: Kurdistán América Latina

martes, diciembre 16th, 2025