Siria celebró el 5 de octubre sus primeras elecciones desde la caída del régimen de Bashar al Asad. Los sirios progresistas, a diferencia del pequeño grupo de leal al gobierno interino, consideraron las elecciones a la Asamblea Popular no como un reflejo de la democracia, sino como un reciclaje del autoritarismo de la era de Asad.
El organismo electoral está monopolizado, los candidatos se eligen por lealtad, y el presidente interino, Ahmed al Sharaa, designa a dos tercios de los diputados. Mientras tanto, las ciudades con mayoría alauita, la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria (AADNES) y las comunidades drusas, quedaron excluidas. Lo que se denomina elecciones se convierte en poco más que un gesto performativo que crea la ilusión de democracia en lugar de generar una verdadera participación política.
Ante esta absurda repetición de la historia, los sirios críticos suelen recurrir a la parodia. Esto se hizo evidente recientemente en imágenes que circulaban en redes sociales que mostraban a todos los miembros electos de la asamblea como copias de Al Sharaa, lo que pone de relieve la incoherencia entre la retórica oficial y la realidad.
Desde la caída de Asad, el panorama político de Siria ha revelado dos facetas bajo el gobierno interino. La primera es el discurso institucional, que emplea un lenguaje neutral y tecnocrático en las discusiones sobre Constitución, Parlamento y elecciones, dirigido principalmente a las potencias occidentales y regionales. La segunda faceta es la de una realidad yihadista que rechaza el pluralismo y reproduce la dominación bajo una apariencia fundamentalista. Esta última alimenta una ola de discursos de odio sin precedentes. Despliega milicias y fuerzas de seguridad para ejercer la violencia en nombre de la “pureza ideológica”, purgando a quienes no encajan en su doctrina, ya sean laicos, no sunitas o progresistas. Los asesinatos en las comunidades costeras alauitas, las masacres de Suwayda y la incitación diaria contra las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) son una clara manifestación de esta política.
El panorama político sirio se estructura en torno a una dualidad coercitiva de “lealtad y renuncia”, una versión religiosa de la distinción amigo-enemigo de Carl Schmitt. Al mismo tiempo, el gobierno interino de Damasco continúa enfrascado en un discurso diplomático superfluo sobre la construcción del Estado, ejemplificado por las visitas de Al Sharaa y su ministro de Asuntos Exteriores a diversas capitales occidentales y a las Naciones Unidas.
En este contexto político, la diversidad social en Siria se ve notablemente amenazada. Los cimientos de la coexistencia se están derrumbando y las diferencias se están criminalizando. Mientras tanto, el gobierno interino explota el victimismo sunita para un proyecto autoritario de venganza y deshumanización, creando así una nación sunita fundamentalista. Las voces críticas sirias se preguntan: ¿es Siria aún capaz de coexistir, o su división se ha vuelto necesaria para preservar lo que queda de la dignidad humana?
La categoría elegida
Todas estas señales indican hasta el momento que el gobierno interino de Damasco encarna lo contrario de un Estado civil. La aceptación de este modelo por parte de los Estados internacionales, justificada en nombre de la estabilidad, junto con los intereses contrapuestos de las potencias regionales, desde Israel y Turquía hasta los Estados del Golfo, probablemente conducirá a nuevas crisis. Por eso, se corre el riesgo de profundizar las divisiones en Siria, dado que esta autoridad se basa más en un impulso salvacionista que en los principios de ciudadanía y cooperación.
Vale la pena examinar la ideología de este grupo, en particular el salvacionismo fundamentalista, que convierte la religión en un proyecto político de salvación mediante la violencia. Encarna una teología política extrema, santificando el gobierno y legitimando rituales violentos para purgar la sociedad de las “diferencias”. La salvación se convierte aquí en un programa de dominación que convierte la excepción en norma y la violencia en una condición de poder. Ha evolucionado de la “yihad armada”, como medio de salvación mediante el martirio y la obediencia, al “empoderamiento”, una teología del poder que consagra el gobierno y convierte a Damasco en el centro de un nuevo califato simbólico.
El regreso de lo reprimido
Desde una perspectiva psicoanalítica, este comportamiento salvador se comprende mejor a través de los impulsos del “retorno de lo reprimido” que a través de la propaganda oficial. Las declaraciones públicas son simplemente una máscara ideológica que oculta un deseo patológico de purificar y eliminar al “otro” dentro de la sociedad.
La idea del retorno de lo reprimido, manifestada en oleadas de violencia y la exclusión de otros de la política, tiene profundas raíces históricas. Tras el colapso del Imperio otomano y el acuerdo Sykes-Picot, el Estado nación sirio se estableció de manera incompleta, carente de cualquier forma de Contrato Social que reflejara la diversidad de la sociedad. Fue similar a una cirugía selectiva fallida, similar a la de muchos países de Medio Oriente. El nacimiento del Estado sirio pasó por el control del Mandato francés, la ilusión de “independencia y arabismo” y repetidos golpes militares, que culminaron con el ascenso del Partido Baaz, que posiblemente destruyó la vida en las esferas públicas políticas. Todos estos eventos traumáticos han reprimido el pluralismo, la democracia y el conflicto de clases. Es esta represión la que ha regresado en forma de victimismo sectario sunita, encarnado por el gobierno interino. Se manifiesta en acciones violentas y vengativas siempre que es posible, especialmente en ausencia de derecho internacional, controles políticos internos o una Constitución civil basada en un Contrato Social.
La elección de la Asamblea Popular es ahora sólo un evento formal para mantener la estructura de poder existente, en lugar de resolver los principales problemas de Siria a través del cambio institucional y el diálogo.
La ilusión de legitimidad
Durante nueve meses, el gobierno interino se ha basado en exhibiciones formalistas y la negación de la realidad. Ha utilizado los medios de comunicación para sustituir la confrontación política genuina. Desde el sueño de un “nuevo Singapur” hasta la Feria Internacional de Damasco, pasando por dramas teatrales sobre la Constitución, la presencia de Ahmed al Sharaa en Nueva York y las elecciones a la Asamblea Popular, todos buscan generar una falsa legitimidad.
Mientras tanto, la violencia sistemática, la exclusión de minorías y las violaciones cotidianas persisten. La economía neoliberal y la realidad social apuntan a estructuras corruptas y en colapso en lugar de cimentarse en la justicia y la diversidad.
La interacción occidental con el yihadismo salafista sirio se basa en una lógica pragmática que busca otorgar legitimidad para imponer seguridad y estabilidad a costa de la participación y los derechos. Sin embargo, la realidad revela lo contrario. Cuanto más reconocimiento externo obtiene este grupo, más aumenta su violencia y exclusión interna. La legitimidad proporciona una cobertura política que fortalece sus herramientas represivas y socava la diversidad local. Acelerar la eliminación, en lugar de mitigar las diferencias, se convierte en el resultado inevitable.
Lo aterrador de la Siria post Asad no es solo el colapso de la idea de un Estado participativo, sino la explotación de las herramientas estatales modernas —elecciones, Constitución, ejército y seguridad— para imponer un modelo totalitario, ejemplificado por la imposición de la Sharia en todos los aspectos de la vida bajo la Constitución provisional. La pregunta sigue siendo: ¿podrá este modelo adaptarse a la supervisión internacional y a las demandas internas de los sirios, o continuará su ciclo de histeria y exclusión, reproduciendo el conflicto y la muerte para hacer realidad la “idea salvacionista”?
FUENTE: Ferhad Hemmy / The Amargo / Traducción y edición: Kurdistán América Latina