El sociólogo canadiense Peter McLaren, uno de los fundadores de la pedagogía crítica y autor de varios libros, entre ellos sobre Ernesto “Che” Guevara y Paulo Freire, difundió un mensaje de apoyo al proceso de paz en Turquía y destacó la historia en común entre los pueblos kurdo y turcp.
McLaren es un teórico de la educación, escritor y académico de reconocimiento mundial. Sus estudios se centran en temas como la desigualdad educativa, la lucha de clases, el racismo, la identidad cultural y la ideología. Es especialmente reconocido por sus críticas a los sistemas educativos capitalistas. McLaren se ha convertido en una de las figuras principales en la introducción del concepto freiriano de “educación liberadora” en el mundo anglosajón.
A continuación publicamos el mensaje completo:
No hablo como quien reivindica la autoridad sobre las tierras que se extienden entre el Tigris y el Bósforo, sino como testigo a distancia, un intelectual que aún cree que el espíritu humano nació para el diálogo, no para la dominación; para la libertad, no para el miedo. Creo, con toda la fuerza de mi alma, que el libre pensamiento y el debate democrático no son patrimonio de ninguna nación, sino el latido común de la humanidad misma.
Por lo tanto, alzo mi voz en solidaridad con todos los que, bajo el sol de Anatolia y en las montañas de Kurdistán, sueñan con la paz. Saludo la valentía de quienes han elegido las palabras en lugar de las armas, quienes han decidido que la historia ya no se escribirá con sangre, sino con la tinta de la reconciliación.
Este momento —este frágil, tembloroso y sagrado momento— nació de un apretón de manos. Un gesto tan simple que podría pasar desapercibido para los cínicos, pero tan profundo que podría cambiar el destino de un pueblo. Cuando Devlet Bahçeli, líder del Partido del Movimiento Nacionalista (MHP), extendió la mano a los políticos kurdos, no solo estrechó los dedos; conectó décadas de dolor. Y cuando Abdullah Öcalan, desde el aislamiento de la prisión de Imralı, hizo un llamado el 27 de febrero a la paz y a una sociedad democrática, sus palabras cruzaron las aguas como una paloma liberada en la tormenta, no cargando ingenuidad, sino el desafío de la esperanza.
Durante más de cuarenta años, los pueblos turco y kurdo han estado unidos por una cadena de dolor, cada eslabón forjado en la guerra, la desconfianza y la pérdida. Las montañas han resonado con cánticos de duelo, y la tierra se ha cargado con el silencio de quienes ya no podían hablar. Ha sido una herida abierta en el corazón de la República, una herida que ninguna negación ha podido cerrar.
Y sin embargo, aquí y ahora, hay una oportunidad. Una ventana que se abre tras décadas de oscuridad. Un susurro de que la paz no es una fantasía, sino un deber para con los vivos y los muertos. Me han pedido, desde mi lejano rincón de Occidente, que me una al coro de quienes se sienten alentados por la noticia del inicio del diálogo. Respondo no con la arrogancia de un comentarista, sino con la humildad de quien sabe que el sufrimiento humano es universal. Porque, aunque estoy lejos, he observado con tristeza la larga tragedia de este conflicto: cómo ha marcado a generaciones, cómo se ha convertido en una lección sobre lo que sucede cuando la política se olvida de la humanidad.
Pero ahora, en este frágil amanecer, se oye el sonido de la posibilidad: un murmullo de despertar en las antiguas llanuras. La llamada de Imrali, el apretón de manos entre enemigos, las silenciosas oraciones de las madres que han enterrado a sus hijos: todo esto, en conjunto, forma una sinfonía de valentía que desafía la desesperación.
Que el mundo no dé la espalda. Todos —intelectuales, trabajadores, poetas y políticos— apoyemos a los pueblos turco y kurdo en su empeño por la tarea más difícil de la humanidad: perdonar, escuchar y vivir juntos de nuevo. Que esto no sea solo una paz entre dos pueblos, sino una señal para todas las naciones de que la democracia no es posesión de los poderosos, sino la promesa de la humanidad.
Los ríos de Anatolia han visto surgir y caer imperios; han presenciado la arrogancia de los reyes y la paciencia de los campesinos. Pero quizás ahora presencien algo aún más grande: el nacimiento de una paz que no pertenece al vencedor, sino a la voz.
Que esa voz se haga más fuerte. Que resuene por todo el mundo hasta ahogar los tambores de guerra.
FUENTE: ANF / Edición: Kurdistán América Latina