La libertad de los ríos, la paz de los pueblos

El segundo Foro del Agua de Mesopotamia, celebrado en Amed (Diyarbakır) del 17 al 19 de octubre, abordó la crisis del agua no solo como un problema ambiental, sino también como una cuestión de paz, justicia y diplomacia regionales. Durante el foro, los participantes destacaron que los Estados de la región han convertido el agua en un instrumento de hegemonía y opresión, e hicieron hincapié en la necesidad de que los pueblos desarrollen una nueva forma de diplomacia de base como respuesta. La frase “El libre flujo del agua es la paz compartida de los pueblos” expresó la voluntad colectiva del foro.

Los debates revelaron que el agua se está transformando cada vez más en un espacio de poder político. El Tigris y el Éufrates, que durante milenios sustentaron la vida y la agricultura en el corazón de Mesopotamia, hoy se asocian con la crisis climática y las dinámicas de poder regionales. La cuenca compartida por Turquía, Siria, Irak e Irán se está convirtiendo en un eje geopolítico sobre el cual los Estados nación fundamentan sus políticas de desarrollo y seguridad. En el centro de esta transformación reside el hecho de que el agua ha perdido su condición de “derecho natural” y se ha convertido en un instrumento de poder.

En declaraciones a The Amargi, Agit Özdemir, del Movimiento de Ecología de Mesopotamia (MEM), describe esta transformación de la siguiente manera: “Tras el establecimiento de los Estados nación regionales después de la Primera Guerra Mundial, el Tigris y el Éufrates dejaron de ser fuentes que unían a los pueblos y se convirtieron en líneas que los dividían”.

Desde GAP hasta Allouk, desde Palestina hasta el Indo

El Proyecto del Sudeste de Anatolia (GAP), impulsado por Turquía en la década de 1980, se presentó durante mucho tiempo como una iniciativa de desarrollo. Sin embargo, Özdemir lo describe esencialmente como “un mecanismo de seguridad basado en el agua”. Explica que “en aquel entonces, en las decisiones del Consejo de Seguridad Nacional turco, el GAP se planteó como una herramienta para abordar la cuestión kurda. Lo que se pretendía controlar no era solo el territorio, sino también la sociedad misma”.

Hoy en día, este mismo enfoque persiste en distintas regiones. Desde que fue tomada por grupos armados vinculados a Turquía en 2019, la estación de abastecimiento de agua de Allouk, en Rojava (norte de Siria), se ha convertido en un instrumento de represión y en una forma de privar a la población del acceso al agua. Los recientes ataques del ejército turco y sus aliados contra la presa de Tishrin han demostrado que el agua se ha transformado en un arma de guerra en los conflictos regionales.

Ejemplos similares se encuentran en toda la región. Israel controla la mayor parte de los recursos hídricos de Cisjordania, restringiendo el acceso al agua para los palestinos. El Tratado del Indo entre India y Pakistán fue suspendido este año, y el agua se ha convertido nuevamente en un motivo de tensión entre las dos potencias nucleares. Mientras tanto, Irán está construyendo decenas de represas con el pretexto de la “seguridad nacional” en respuesta a las sanciones de Estados Unidos. Señalando que todos estos ejemplos ilustran la misma situación, Özdemir continúa: “El agua ya no es simplemente un elemento natural; se ha convertido en una herramienta geopolítica utilizada por los Estados”.

El contexto global del régimen hídrico

Uno de los debates más intensos del Foro del Agua de Mesopotamia se centró en cómo el agua se ha mercantilizado a escala global y cómo el orden capitalista ha reafirmado su dominio sobre la naturaleza.

En declaraciones a The Amargi, la profesora Beyza Üstün describió esta transformación de la siguiente manera: “Con el Informe Brundtland, de 1987, se introdujo el concepto de ‘desarrollo sostenible’. Esta fue la maniobra estratégica del capitalismo para redefinir la naturaleza y superar su propia crisis”.

La Conferencia de Dublín de 1992 marcó un punto de inflexión en esta transformación. Durante la conferencia, se legitimó la mercantilización del agua: su integración en las condiciones del mercado y su fijación de precios. En la Cumbre de Río, de 1992, el concepto de “desarrollo sostenible” se convirtió en la directriz política para todos los Estados nación. Según Üstün, el proceso iniciado por estos informes no pretendía resolver la crisis ambiental, sino la crisis del capital.

A partir de ese momento, la gestión del agua dejó de ser un servicio público estatal y se convirtió en un campo de inversión para el capital. Üstün señaló que esto generó no solo una forma de dominación económica, sino también política: “La escalada de violencia en Kurdistán es consecuencia del creciente deseo de intervenir allí. Ha profundizado la desigualdad; mientras la población de la región era empujada a la despoblación forzada —un proceso de desplazamiento deliberado—, el capital se asentó rápidamente en esos territorios. A medida que aumentaba la opresión, la desigualdad se multiplicaba, las intervenciones se intensificaban y esas tierras eran confiscadas para intereses hegemónicos”.

Por lo tanto, la solución no reside únicamente en las políticas ambientales; requiere subjetividad política. Üstün afirmó que los participantes del Foro se posicionaron a favor de construir una paz que liberara el agua, los espacios vitales y a todos los seres: “La solución radica en las organizaciones civiles que trabajan con base en la voluntad de los pueblos. La manera de proteger y transformar la vida en la cuenca es mediante la voluntad colectiva de los pueblos en nombre de todos los seres vivos que la habitan. Las bases políticas sustentadas en la voluntad de los pueblos transformarán el sistema y consolidarán la paz”.

La diplomacia popular está en auge

Ismaeel Dawood, uno de los fundadores de la organización iraquí Save the Tigris, participó en una de las sesiones más interesantes del foro: “Diplomacia popular del agua”. Dawood propuso un nuevo lenguaje diplomático para abordar la crisis del agua: “Los gobiernos tienen sus mesas de negociación, pero ahora el pueblo también debe tener la suya”.

En la entrevista concedida a The Amargi, Dawood destacó que es posible influir en las decisiones mediante el diálogo y la interacción: “Gracias a las campañas lideradas por la sociedad civil en Irak, los humedales de Mesopotamia fueron incluidos en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. En Italia, un referéndum popular impidió la privatización del agua. Estos logros fueron posibles gracias a la defensa de la ciudadanía. No somos actores oficiales, pero podemos influir en las decisiones. La diplomacia ya no debería ser dominio exclusivo de los Estados”.

Los preparativos para la Declaración del Segundo Foro del Agua de Mesopotamia tienen como objetivo establecer las bases diplomáticas de la sociedad civil, inspiradas en el espíritu de la Declaración de Katmandú.

Del ecogenocidio a la vida

Uno de los marcos conceptuales más potentes del Foro fue la “ecología de la paz”, una noción que define la paz no solo como el fin de la violencia militar, sino como la restauración de la naturaleza y la sociedad. Agit Özdemir, del MEM, abordó esta idea junto con el concepto de “ecogenocidio”: “Si no se puede destruir directamente a un pueblo, se destruyen sus espacios vitales. Se les arrebata el agua, el suelo, los bosques. Esto es ecogenocidio”.

Hace cinco mil años, el Tigris y el Éufrates trajeron consigo la agricultura, la abundancia y la vida sedentaria a Mesopotamia. Özdemir nos recuerda esta continuidad histórica: “Los ríos no solo fueron las aguas de la gente y la agricultura; también posibilitaron el multilingüismo, el multiculturalismo y la vida compartida de esta cuenca. La politización del agua, su militarización y su sometimiento a las estructuras de poder estatales también amenazan la memoria social y la paz entre los pueblos”.

El Tigris y el Éufrates no son ríos internacionales, sino aguas transfronterizas. Esta distinción crea un vacío legal que favorece a Turquía. Özdemir describe la situación así: “Como el Tigris y el Éufrates no son ríos internacionales, no existe un mecanismo vinculante. Además, Turquía no ha firmado muchos acuerdos”.

Vivir con el agua en lugar de gestionarla

La justicia ecológica fue uno de los conceptos que cobraron protagonismo durante la jornada de clausura del Foro. Según Özdemir, la justicia ecológica implica considerar el agua no como una mercancía, sino como la vida misma. “Nos negamos a gestionar el agua. Buscamos vivir en armonía con ella”, afirma Özdemir.

Esta concepción de justicia se concretó en el llamado a la creación de organizaciones de base. Los participantes propusieron establecer comités y asambleas del agua a nivel local, que luego se organizarían a nivel internacional para formar una Asamblea Mesopotámica del Agua. Estas estructuras contribuirían a sensibilizar sobre los problemas locales y servirían como plataforma común para la diplomacia regional. El objetivo es romper el monopolio del conocimiento por parte de los Estados nación y democratizar la información, los datos y la toma de decisiones en materia de agua. 

Más que un foro

El segundo Foro del Agua de Mesopotamia no fue simplemente una reunión ambiental, sino una plataforma donde se redefinió el significado político del agua. Al reafirmar el derecho de la población a tener voz, enfatizó que el agua no es solo una cuestión de acuerdos intergubernamentales, sino un bien por el que se debe luchar en todos los ámbitos de la vida.

Aunque la declaración final aún no se ha publicado, su marco ya está claro: la diplomacia popular contra la militarización del agua, la justicia ecológica contra su mercantilización y el libre flujo del agua como fundamento de la paz social.

FUENTE: Rengin Azizoğlu / The Amargi / Traducción y edición: Kurdistán América Latina

viernes, octubre 31st, 2025