Tras los ataques aéreos israelíes contra objetivos en Teherán y sus alrededores el viernes por la mañana, explosiones y sirenas antiaéreas inundaron Irán y la región en general, provocando una ansiedad generalizada. Israel describió estos ataques como una medida preventiva contra la creciente amenaza iraní, pero en realidad han vuelto a poner a Medio Oriente al borde de una guerra devastadora.
Sin embargo, en el centro de esta crisis yace una verdad amarga y compleja: si bien la República Islámica de Irán es la principal responsable de alimentar las tensiones mediante sus políticas regionales aventureras y su represión interna, las víctimas finales de esas decisiones no son los comandantes ni los responsables de las políticas, sino la gente común.
Durante décadas, Teherán ha priorizado la expansión de su influencia regional mediante fuerzas subsidiarias en lugar de abordar las crisis internas o responder a las demandas de libertad, justicia y bienestar económico de sus ciudadanos. Desde el apoyo a Hezbolá en el Líbano y a Hamás en Gaza hasta el suministro de armas a milicias en Irak y Yemen, la República Islámica ha establecido lo que denomina el “Eje de la Resistencia”, una red que, en la práctica, ha arrastrado a Irán a una confrontación más profunda, sanciones más severas y un creciente aislamiento internacional.
El reciente ataque israelí es una consecuencia directa de estas políticas: un programa nuclear opaco, una creciente desconfianza de la comunidad internacional y una retórica antiisraelí inflamatoria que han proporcionado amplia justificación para la acción militar.
El ataque unilateral de Israel contra el territorio de otra nación soberana, incluso bajo el pretexto de la legítima defensa, es un acto peligroso y desestabilizador. Si bien las autoridades israelíes afirman que el ataque evitó una amenaza inminente, lanzar una ofensiva de este tipo sin la aprobación internacional socava su legitimidad. Aún más alarmante es el hecho de que los ataques aéreos tuvieran como objetivo zonas civiles densamente pobladas en el este de Teherán, donde viven miles de residentes inocentes. Esto debería ser condenado enérgicamente por la comunidad internacional. La legítima defensa no puede utilizarse como excusa para poner en peligro la vida de civiles.
Dentro de Irán, la situación es igualmente grave. El régimen ha empleado una dura represión, que incluye arrestos masivos, censura generalizada de internet, el silenciamiento de la sociedad civil y ejecuciones políticas, para mantener su control del poder. Los ciudadanos no solo han sufrido las consecuencias de la costosa política exterior del régimen, sino que también se han visto privados de libertades y derechos fundamentales en su país. Mientras el Estado empuja al país hacia un conflicto externo, no hay señales de rendición de cuentas ni de voluntad de cambiar de rumbo. El pueblo iraní no moldea el programa nuclear ni dicta la estrategia regional, sino que paga el precio final en forma de sanciones, inseguridad y, ahora, ataques militares extranjeros.
Ha habido oportunidades para reducir las tensiones. El gobierno de Joe Biden había expresado repetidamente su disposición a regresar al acuerdo nuclear de 2015 (JCPOA), pero las exigencias inflexibles de Irán y sus acciones provocadoras, como el aumento del enriquecimiento de uranio y los ataques por delegación en la región, han llevado las negociaciones a un punto muerto. La reticencia de Teherán a finalizar cualquier acuerdo parece basarse en el temor de que una diplomacia renovada genere mayor libertad en el país, lo que podría generar demandas más amplias de cambio político.
Si la República Islámica optara por una respuesta militar a gran escala, la probabilidad de una guerra regional aumentaría drásticamente. Los ataques de represalia de Irán y la intensificación de las respuestas de Israel podrían involucrar a terceros, especialmente a Estados Unidos y los países árabes, sumiendo a la región en una situación catastrófica. Pero aún existe una alternativa: si Irán deja de apoyar a los grupos armados, se reincorpora a los acuerdos internacionales y permite un margen de maniobra para las reformas internas, podría ser posible evitar que Medio Oriente se desvíe hacia una guerra.
La crisis actual ha situado a la región en una encrucijada crucial. Cuatro escenarios principales parecen ahora los más probables:
-Conflicto continuo de baja escala: Los ataques recíprocos limitados de Irán o sus aliados, y las respuestas israelíes, siguen siendo locales.
-Guerra más amplia: Hezbolá entra en el conflicto y los combates se intensifican en Líbano y Siria. Otras potencias regionales o globales también se involucran.
-Retorno a la diplomacia: Los esfuerzos de mediación de Omán, Qatar, China y Europa buscan reabrir los canales y reactivar el acuerdo nuclear.
-Aumento de la represión interna: Irán está aprovechando la crisis para reprimir todavía más la disidencia y consolidar su control interno.
Todas estas vías tienen profundas implicaciones, pero los verdaderos perdedores en cada caso son la gente común, desde Teherán hasta Haifa, desde Gaza hasta Beirut y Bagdad, no los políticos que orquestan guerras desde sus oficinas fortificadas.
En última instancia, la República Islámica es la principal responsable de la crisis actual, con sus políticas internas represivas y su imprudente agenda exterior. Sin embargo, la comunidad internacional debe garantizar que el pueblo iraní no cargue con el costo total de estas decisiones.
Si bien las acciones de Israel pueden ser comprensibles desde una perspectiva de seguridad, también deben rendir cuentas cuando se ponen en riesgo vidas civiles. El pueblo iraní está cansado de la guerra y de un gobierno que no representa su voluntad ni garantiza su bienestar. Solo busca una vida en paz, un futuro mejor y un gobierno que le rinda cuentas.
Si estas voces continúan siendo ignoradas y el régimen persiste en su enfoque confrontativo, un futuro estable y pacífico para Irán, Israel o la región en su conjunto seguirá fuera de nuestro alcance.
FUENTE: Zegrus Enderyari / Medya News / Traducción y edición: Kurdistán América Latina