Quemar bosques para poder construir castillos sobre las cenizas suena como una antigua parábola moral sobre los peligros de la rapacidad, no como una estrategia de ocupación moderna por parte del segundo mayor ejército de la OTAN.
Los recientes incendios forestales masivos que asolaron Kurdistán del Norte (Bakur, sureste de Turquía), entre Amed y Mêrdîn, mataron a 15 personas y dejaron 78 heridos. Además del costo humano, más de 1000 ovejas y cabras también murieron quemadas y 200 más recibieron tratamiento por quemaduras graves. Con temperaturas superiores a 40°C (104°F) en las semanas anteriores, los arbustos estaban secos, creando las condiciones ideales para que el furioso infierno quemara casi 2000 hectáreas (5000 acres) de tierras de cultivo, zonas residenciales y bosques.
Sin embargo, aunque en la superficie estos incendios parecen ser “actos de la naturaleza” (o de Dios, para los creyentes), una mirada a la historia de la ocupación militar de las zonas kurdas por parte de Turquía y las formas estructurales en que el Estado turco pretende sistemáticamente expulsar a los kurdos de sus tierras ancestrales, demuestra que esos incendios son, a menudo, una de las armas más eficaces de que dispone Ankara.
Las formas en que Turquía despliega supuestos “incendios forestales” contra los kurdos son emblemáticas de las formas más amplias en que los más de 20 millones de kurdos en Bakur enfrentan la subyugación bajo un Estado que no los ve como conciudadanos caídos que necesitan asistencia, sino como un pueblo desleal e incondicional. Una molestia turca que merece crueldad. En este cálculo, Turquía ve cada tragedia “natural” (terremoto, incendio forestal, inundación, deslizamiento de tierra, sequía, etc.) en las zonas kurdas como una oportunidad potencial para aprovechar a la “Madre Naturaleza” como un arma ideal, ya que les da una negación plausible. En estos casos, no es el ejército turco quien literalmente asesina a civiles kurdos (como suelen hacer con sus famosos escuadrones de la muerte JİTEM), sino una fuerza imperceptible que Ankara puede afirmar que está fuera de su control.
Sin embargo, cuando uno profundiza en casi todas estas tragedias naturales, ve un Estado turco que causó directamente el desastre, creó las condiciones para que ocurriera en primer lugar o se olvidó de acudir en ayuda de los kurdos una vez que comenzó, maximizando así el daño. Por ejemplo, este último caso es evidente cuando se recuerdan los grandes terremotos que azotaron las zonas de mayoría kurda alrededor de Licê (1975), Çewlik (2003) y Van (2011), matando a 2300, 177 y 600 personas (en su mayoría kurdas), respectivamente. De hecho, durante esos casos Turquía prefirió enviar soldados turcos para reprimir el enojo por la falta de ayuda gubernamental, en lugar de la ayuda en sí.
Y al igual que con los terremotos, cuando se trata de incendios forestales, tales tragedias no deben verse como calamidades desafortunadas, sino más bien como “pogromos” antikurdos fabricados y armados, ocultos bajo el manto de un desastre natural. Como resultado, comprender las formas en que suele ocurrir este proceso de ingeniería social deshumanizante es instructivo para comprender lo que significa ser un kurdo bajo ocupación dentro de Turquía.
Culpabilidad por el último infierno
La causa técnica de los recientes incendios fueron postes y cables eléctricos defectuosos que no recibieron el mantenimiento adecuado por parte de la empresa eléctrica privada turca DEDAŞ. La empresa es conocida por descuidar las zonas kurdas y por aumentar los precios a los kurdos sin ningún tipo de responsabilidad. En el incidente más reciente, la compañía también reemplazó rápidamente todos los postes al día siguiente del incendio para ocultar cualquier evidencia de su culpabilidad. Pero si bien las condiciones para el incendio se vieron favorecidas por la negligencia, la tragedia humana de los incendios se vio exacerbada por el abandono, debido a que el Estado turco se negó a brindar asistencia para frenar los incendios una vez que comenzaron.
Melis Tantan, portavoz kurda de la Comisión de Ecología y Agricultura del Partido Igualdad y Democracia de los Pueblos (DEM), denunció la demorada respuesta de Ankara al incendio y declaró: “No es aceptable que no se haya enviado un helicóptero de visión nocturna a la región desde el momento en que comenzó el incendio. El fuego se extendió a una gran zona en poco tiempo. Y lamentablemente las llamadas fueron silenciadas. En tales casos, una intervención temprana desde el aire puede evitar que el fuego se propague a grandes áreas. Desafortunadamente, nuestro país constantemente no está preparado para tales desastres. Esto no es una coincidencia ni un destino. Este es un caso en el que los responsables no cumplen con sus responsabilidades”.
A medida que crecía la ira entre los kurdos hacia el rencoroso régimen de Erdogan por no ayudar con los incendios, los bomberos turcos llevaron a cabo una muestra falsa de asistencia, con un helicóptero arrojando agua innecesariamente desde la presa de Göksu sobre fardos de heno después de que el incendio ya se había extinguido. Los kurdos locales respondieron a la falsa ayuda gritando: “¡Filmen esta vergüenza de helicóptero!”.
Al otro lado de la frontera, en Rojava (Kurdistán sirio), las representantes del Kongra Star, Nisreen Rajab y Shilan Khalil, del barrio Şêx Meqsûd de Alepo, también criticaron la respuesta de Turquía y comentaron: “Las políticas del Estado ocupante se basan en la exclusión y la dimensión nacional, ya que hace dos días repitió el escenario de indiferencia hacia la vida de los kurdos, como ocurrió durante el terremoto que azotó la región el año pasado, en un crimen bajo el cual el estado de ocupación turco viola la Convención Internacional de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial. La solución ideal para asegurar el futuro del pueblo kurdo en todas partes de Kurdistán, especialmente en Bakur, es implementar el proyecto de nación democrática”.
El fuego como herramienta de contrainsurgencia
Eliminar bosques y árboles como cobertura para las guerrillas armadas es una táctica de contrainsurgencia tradicional para los ejércitos ocupantes que luchan contra un movimiento de resistencia indígena. Desde el ejército británico en la década de 1950, que utilizó herbicidas en Malasia, hasta el ejército de Estados Unidos que arrojó el agente naranja en las densas selvas de Vietnam, la razón es que cualquier vegetación proporciona un santuario visual para quienes se oponen a los ocupantes, especialmente de los ataques aéreos. En el caso de las fuerzas turcas en el Norte de Kurdistán (Bakur), no es diferente; sin embargo, históricamente han decidido proverbialmente “matar dos pájaros de un tiro”, destruyendo tanto los bosques como las aldeas kurdas ubicadas a sus lados.
Durante la década de 1990, cuando el ejército turco quemó más de 4000 aldeas kurdas, también desplegó incendios forestales como una herramienta siniestra para evitar emboscadas defensivas en los bosques por parte de las guerrillas del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) que resistían. Y como la mejor manera de descifrar la verdad sobre el Estado turco es ver sus acusaciones como confesiones, Ankara incluso ha acusado a los guerrilleros del PKK de quemar sus propios bosques en los que viven: propaganda absurda que los taquígrafos personales de los “medios” de Erdogan están felices de regurgitar.
Este fenómeno de los incendios forestales como forma de contrainsurgencia contra la resistencia kurda ha sido investigado por varios académicos. Por ejemplo, en un análisis de cómo el gobierno turco provocó incendios forestales alrededor de Dersim en 1994 para obligar a los kurdos a evacuar el área y limitar a las guerrillas kurdas, Pinar Dinc, Lina Eklund, Aiman Shahpurwala, produjeron un artículo titulado “Combatir la insurgencia, arruinar el medio ambiente: el caso de los incendios forestales en la provincia de Dersim de Turquía” (2021), donde examinaron si existía una correlación entre el número de incendios forestales de 2015 a 2018 y las operaciones militares turcas contra el PKK. Lo que encontraron fue que el análisis estadístico sugirió una relación significativa entre los incendios y los conflictos alrededor de Dersim, mostrando que a medida que el número de conflictos aumentaba o disminuía, el número de incendios generalmente continueba.
Otros hallazgos de la investigación antes mencionada fueron que los residentes locales de Dersim vincularon al Estado turco con los incendios, a los que acusaron de provocarlos directamente mediante ejercicios militares o de negarse a extinguirlos cuando estallaron espontáneamente. Los testimonios locales a menudo destacaron cómo los incendios comenzaron después de que los soldados turcos dispararan obuses o explosivos desde comisarías de policía y arrojaran bombas desde helicópteros de combate. Los informantes de la zona añadieron que los incendios forestales normalmente se producían alrededor de los kalekols turcos (fortalezas militares situadas en la cima de las colinas), creyendo que estaban provocados para dar a los agentes de seguridad una visión más clara de la zona circundante. Un informe del Centro de Estudios Dersim pronto confirmó esta percepción al concluir que la mayoría de los incendios forestales en la zona fueron el resultado de ataques aéreos o lanzados desde bastiones militares turcos. Otra opinión común citada por la comunidad local fue que Turquía llevaba mucho tiempo intentando provocar un cambio demográfico en Dersim, expulsando a los kurdos locales de sus hogares para abrir la zona a las empresas mineras y energéticas.
En un artículo de investigación realizado por Joost Jongerden, Hugo de Vos y Jacob van Etten, titulado “La quema de bosques como contrainsurgencia en el Kurdistán turco: un análisis desde el espacio” (2007) también se investigó la utilización de los incendios forestales en Turquía como arma, entre 1990 y 2006, contra el movimiento de resistencia kurdo. En ese estudio, se utilizaron imágenes satelitales para evaluar las afirmaciones de quema forestal intencional para la destrucción de aldeas y luego se cruzaron con datos geográficos de relatos de testigos presenciales. Lo que ese estudio descubrió fue que sólo en 1994 se quemaron el 7,5% del bosque total en Dersim y el 26,6% de los bosques cercanos a las aldeas (dentro de un radio de 1,2 kilómetros). En última instancia, el análisis concluyó que “los incendios más graves alrededor de las aldeas destruidas y evacuadas son una prueba importante de la intencionalidad detrás del uso del fuego contra poblaciones civiles y subraya la denuncia de abuso de los derechos humanos”. El estudio también encontró que había una alta frecuencia de incendios en los casos de destrucción de aldeas (85%), lo que sugiere que la destrucción de esas aldeas kurdas “casi siempre iba de la mano con la quema de bosques, huertos y campos circundantes”.
Pero, quizás, cuando se trata de comprender el papel que han desempeñado los incendios forestales en los alrededores de Dersim, sea útil observar las palabras del prisionero político kurdo Selahattin Demirtaş, quien en 2021 desde la prisión de Edirne vinculó tales infiernos con el genocidio de Dersim de 1938. Demirtaş aseguró: “La razón para no apagar los incendios forestales en Dersim no es la ineficacia. La mayoría de los bosques de esa región se queman conscientemente y a nadie se le permite intervenir. Esta es una política consciente y oficial que ha estado en vigor durante décadas. Todo el mundo sabe esta verdad, pero lamentablemente nadie se atreve a decirla. Los bosques se queman en los mismos terrenos en los que Dersim fue bombardeada en 1938”.
Esto ayudaría a explicar por qué Mustafa Karasu, del Consejo Ejecutivo de la Unión de Comunidades de Kurdistán (KCK), recordó a los kurdos, después del último incendio, que “pedir algo al Estado que quiere cometer genocidio contra nosotros es pedir algo a nuestro verdugo”.
Reemplazo de árboles con castillos
En septiembre de 2020, Anil Olcan realizó una entrevista con el historiador ambiental, el Doctor Zozan Pehlivan, donde señaló que los kurdos que viven cerca del monte Judi (Çiyayê Cûdî) se referían a los incendios anuales como “implementaciones” (uygulama), un término acusatorio que implica una operación que se aplica intencionalmente bajo una determinada estrategia y lógica.
Según la base de datos mundial sobre incendios forestales, entre 2003 y 2016 los incendios en esa región de Bakur fueron más frecuentes durante la temporada de cosecha de la zona, entre julio y septiembre. Pero, mientras que estos incendios tradicionalmente duraban entre tres y cuatro días, ahora duran hasta veinte, dejando un camino abrasador de destrucción ecológica y medios de vida destruidos para los lugareños que dependían de los bosques para sobrevivir. En cuanto a la ubicación, los incendios forestales se concentraron en dos regiones kurdas principales: la parte oriental del triángulo Amed-Êlih-Bidlîs y el corredor que conecta Sêrt, Colemêrg y Şirnex.
Curiosamente, estas dos regiones también fueron la ubicación de torres de vigilancia y fortificaciones militares turcas, construidas “casualmente” en toda el área antes de que estallaran grandes incendios, y que luego “convenientemente” despejarían sus líneas de visión y ampliarían su campo de visión. El profesor Pehlivan describió este proceso y observó cómo, “en las últimas dos décadas, se ha construido un número increíble de casetas de vigilancia, o como las llaman localmente, ‘estaciones-castillo’ (kalekol), en zonas donde los incendios forestales son más intensos. Estos castillos-estaciones están construidos sobre colinas dominantes como ciudadelas fortificadas medievales, con las áreas forestales a su alrededor radicalmente podadas. Además de eso, los bosques y mesetas alrededor de las estaciones-castillo fueron declarados zonas de alta seguridad y cerrados al acceso civil”.
Ahora que estas áreas fortificadas estaban cerradas a los civiles, cuando estallaban incendios forestales a los lugareños se les prohibía entrar para ayudar a extinguir el incendio por motivos de “seguridad”, lo que significaba que a menudo consumían todo lo que encontraban a su paso. El resultado fue la limpieza de las cimas de las colinas áridas, con puestos militares turcos dominando el páramo recientemente quemado.
Cortar para vender en su lugar
Además de los incendios forestales, la tala de árboles es otra forma en que el Estado turco saquea y explota el Kurdistán del Norte. Una de las zonas donde esto tiene lugar es cerca de Şirnex, donde los soldados turcos están utilizando actualmente a los guardias del pueblo (kurdos infiltrados que responden al gobierno turco) para talar los árboles, después de que los kurdos locales se negaran a hacerlo. En los últimos meses, miles de árboles han sido talados y cargados en camiones para ser transportados y vendidos en otras ciudades. Esto sigue el patrón de noviembre de 2023, cerca de la montaña Gabar de Şirnex, donde después de que los bosques fueron talados, una serie de torres de vigilancia militares turcas, obras viales y sitios de exploración petrolera ocuparon su lugar. Unos meses antes, en agosto de 2023, también se talaron miles de árboles en una zona rural cerca de Çewlik para que el ejército turco pudiera construir una nueva base militar.
En el caso de Şirnex, según informes desde el terreno, cada día decenas de camiones llenos de árboles cortados se dirigen a Riha y Antep. Al parecer, el ejército turco que supervisa la deforestación, que comenzó en 2021, dijo a los guardias de la aldea que el proceso de tala de todos los árboles llevaría diez años en total.
Según Agit Özdemir, del Movimiento Ecológico de Mesopotamia, Şirnex “es un laboratorio para el Estado”, donde están talando árboles conmemorativos de 500 años de antigüedad. Lo cual es similar a cómo los yihadistas en la Afrin ocupada por Turquía continúan talando los árboles de cintas sagradas de los yazidíes en esa región. Pero no sólo eso, en lugar de cortar desde abajo como se suele hacer, en Şirnex están arrancando las raíces del suelo para que los árboles nunca vuelvan a crecer en esa zona. Según Özdemir, “la destrucción está a tal nivel que no hay retorno”, y añadió: “El objetivo de esta deforestación es la deshumanización. En la década de 1990, solíamos ver esto durante las evacuaciones de aldeas: ‘Secar el agua, dejar morir a los peces’. Hoy en día, esta estrategia continúa con variaciones. No sólo los guerrilleros, sino el pueblo [kurdo] en su conjunto son vistos como enemigos”.
Matar el alma del bosque viviente
Cuando el Estado turco inicia intencionalmente o se niega a extinguir incendios forestales naturales en zonas kurdas, sus motivaciones pueden ser multifacéticas. Están los objetivos militares estratégicos de convertir los densos bosques, que podrían ocultar a los defensores guerrilleros de Kurdistán, en colinas áridas con puestos militares en todos los puntos altos, que luego operarán como zonas de seguridad “prohibidas”. Hay objetivos económicos para sacar a los aldeanos kurdos de la zona para que las empresas con fines de lucro afiliadas al régimen gobernante puedan apoderarse de esas tierras y utilizarlas para construir viviendas urbanas, desarrollar excavaciones mineras o realizar exploraciones petroleras.
También están los objetivos ultranacionalistas turcos de querer erradicar el carácter kurdo y asimilar culturalmente a los kurdos que viven en la región, lo cual es más fácil de lograr si se los desarraiga de sus tierras ancestrales y se los obliga a trasladarse a las ciudades costeras del oeste de Turquía, donde pueden ser explotados como trabajadores textiles y no tienen suficiente tiempo ni energía para preservar su cultura. Pero uno de los objetivos y motivaciones más profundos existe en el nivel espiritual y metafísico, donde el Estado turco quiere erradicar los bosques debido al profundo significado religioso que muchos kurdos les atribuyen a ellos y a los animales que llaman hogar a esos árboles.
Volviendo a las reflexiones de Zozan Pehlivan, en su entrevista observa cómo los kurdos se ven afectados económicamente por los incendios forestales, y describe cómo “cuando un bosque está en llamas, no es lo único que arde. Hay vidas ligadas a ese bosque. Los lugareños colocan colmenas en el bosque y recolectan leña para mantenerse calientes. A finales de primavera y verano, podan robles frescos y recogen manojos de ramas. Una vez apilados los paquetes, se cubren bien para que no se sequen con el calor del verano. Durante el invierno, las hojas de roble son fuente de alimento para los animales. Se les llama velg en zazakî, un dialecto del kurdo. Las ramas secas restantes se utilizan para cocinar y calentar. Se llaman percin. El bosque es una importante fuente de energía para la gente de la región. Además, las zonas donde se producen incendios son tierras con pastos. En primavera se cosecha buena hierba de las tierras altas para alimentar a los animales durante el siguiente invierno, mientras los animales pastan la hierba restante, que es demasiado corta para segarla. Cuando se incendian estas zonas, se causan estragos en la ganadería, que es una de las fuentes de ingresos más importantes para los aldeanos”.
Sin embargo, Pehlivan luego aborda ese elemento cultural y espiritual más profundo, vinculándolo con el proceso de turquificación en Anatolia en general, donde Ankara quiere que la gente olvide quiénes son realmente. Así lo comenta: “Las personas desarrollan relaciones de pertenencia con sus tierras, sus árboles, flores, animales y agua, que son tanto emocionales como económicas. Cuando alguien pierde esta relación, pierde las cosas que lo hacen quien es. El objetivo de las evacuaciones de pueblos de los años 1990 era alterar la relación que la gente de este lugar había desarrollado con su cultura y su lengua. Es mucho más difícil alterar esta relación cuando la gente permanece en sus hogares/tierras nativas”.
Esto es especialmente cierto según mi experiencia en las zonas kurdas alevíes (Rêya Heqî), cuyas creencias están arraigadas en la veneración de la naturaleza y tienen mucho más en común con el yarsanismo, el yazidismo o el zoroastrismo que con el islam hanafí predominante en el Estado turco. De esta manera, no es una coincidencia que estos kurdos alevíes (a menudo de habla zaza) consideren que el agua y los árboles son sagrados, mientras que el régimen de Ankara construye directamente represas y deforesta en sus áreas sagradas ancestrales. Básicamente, Turquía está llevando a cabo un “asalto espiritual” contra lo que da sentido a la vida de estos kurdos, con la esperanza de que si pueden romperlos a nivel espiritual será menos probable que resistan a nivel político.
En esta ecuación, al quemar los bosques el Estado turco elimina la posibilidad de tener ganado, tanto porque la falta de leche y carne disminuirá la energía física de la comunidad, como también porque si ciertas cabras montesas son vistas como seres míticos, qué mejor que destrozar la psique de un pueblo que se quiere ocupar y causarles un trauma psicológico obligándolos a verlos a todos arder, tal como lo hicieron con la aldea kurda de sus abuelos en los años 1990.
FUENTE: Thoreau Redcrow / The Kurdish Center for Studies / Traducción y edición: Kurdistán América Latina