El régimen de Bashar al Assad se derrumbó, en la práctica, 12 días después del inicio de la “Operación de Disuasión de la Agresión”, tras un régimen sangriento que duró casi 14 años. Finalmente, el régimen llegó a su fin oficial cuando su líder huyó sin librar una última batalla “honrosa”.
Sin embargo, los restos del régimen -más allá de las brutales escenas carcelarias y los álbumes de fotos familiares- siguen existiendo, y sus repercusiones persisten. La situación actual se asemeja a capas de escombros masivos bajo los cuales están atrapados todos los sirios, ocultando un estado de inestabilidad y temor a interrupciones de la seguridad, escasez de servicios y represalias extrajudiciales. Esto sigue siendo así a pesar del estricto control ejercido por el grupo militarmente victorioso hasta la fecha. Además, las secuelas plantean preocupaciones poco discutidas, en particular con respecto a la posible monopolización de la política y la sociedad por un grupo dominante que ha logrado presentarse como el vencedor final sobre Assad. Este grupo ha impuesto el “gobierno de Idlib” en Damasco, que muchos sirios, sin embargo, han aceptado como una alternativa preferible al caos. Por lo tanto, los próximos tres meses podrían dar forma significativa al futuro del país.
A la luz del reciente colapso del régimen, existen desafíos y un camino difícil y tortuoso por delante para traducir las visiones teóricas de ciudadanía igualitaria, derechos humanos y libertades individuales y públicas propugnadas por los opositores al régimen. Esto implica desmantelar la mentalidad de monopolización del poder e implementar políticas que eviten cualquier sesgo nacionalista o religioso, que históricamente pintó al Estado de un color singular, similar a las acciones cometidas por el Partido Baas y el aparato de seguridad y militar contra la mayoría de los sirios. En este contexto, las cuestiones de las minorías y la cuestión kurda emergen de manera prominente, lo que plantea la pregunta de cómo los sirios pueden abordar eficazmente estos asuntos fundamentales mientras buscan establecer un nuevo sistema político.
Mientras tanto, los kurdos están experimentando cambios profundos cuyas consecuencias siguen siendo inciertas. La única constante parece ser el cambio de equilibrio del control internacional en Siria tras la derrota de Irán, Rusia y el régimen, en favor de partidos como Turquía, Israel y Hayat Tahrir al-Sham (HTS). Este cambio plantea preguntas sobre el estatus de la cuestión kurda en la fase posterior al conflicto en Siria y sobre cómo se puede incluir a los kurdos en el proceso político y constitucional de una manera que refleje su realidad y reconozca su capacidad para desafiar la legitimidad de cualquier sistema político que pase por alto sus derechos nacionales y la igualdad con los árabes sirios.
Más allá de las tensiones internacionales y regionales, es evidente un nacionalismo sirio palpable, caracterizado por un énfasis en la preservación de la integridad territorial del país y la resistencia a los proyectos separatistas. Esta postura es compartida por el régimen, las facciones proturcas y los partidarios de las afirmaciones del ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, sobre un proyecto estadounidense destinado a establecer un Estado kurdo. Esto es así a pesar de que los partidos kurdos han dado garantías a los sirios sobre su compromiso con la integridad territorial de Siria, una garantía que parece un tanto irónica cuando se espera que una minoría étnica preocupada garantice la estabilidad de una mayoría asociada.
La duda y el escepticismo sobre el papel de los kurdos en el futuro de Siria han empezado a infundir miedo entre los propios kurdos. Los escépticos pueden cometer graves errores políticos y humanitarios en nombre de la resolución unilateral de la cuestión kurda, formular soluciones temporales o fragmentadas, tratarlas erróneamente como resoluciones finales o incluso mezclar la cuestión nacional kurda con agendas externas destinadas a apaciguar a las potencias regionales. El peor mensaje que los kurdos y los sirios que defienden sus derechos podrían oír en los próximos tres meses sería: “Ahora no”.
En la práctica, los temores mutuos obligan a la “nación mayoritaria” a tomar la iniciativa, desde el comienzo de la formación del nuevo sistema político, de ofrecer propuestas serias para abordar las preocupaciones de las minorías religiosas y sectarias, así como sus propias propuestas para resolver la cuestión kurda de una manera que rompa con las políticas anteriores de negación y marginación. De lo contrario, el próximo régimen, después de que expire el gobierno interino de Mohammad al-Bashir, tendrá dificultades para superar las repercusiones de estas cuestiones. Esta situación requiere que el equipo del gobierno de emergencia exprese rápidamente sus intenciones entablando un diálogo con los partidos kurdos, ya que esto puede aliviar las tensiones nacionales y frenar las tendencias chovinistas y la promoción del discurso del odio.
Cuando se habla del pasado kurdo en Siria, muchos sirios se muestran reacios a revisar la historia de daño y persecución que han padecido los kurdos. Sostienen que centrarse en las injusticias del pasado corre el riesgo de crear un “reclamo kurdo”, que podría permitir a los kurdos aprovechar su sufrimiento para obtener beneficios políticos a expensas de los árabes. Si bien este razonamiento es en cierta medida comprensible, no se puede aceptar. Los kurdos no sólo buscan privilegios basados en un agravio histórico que ya se ha resuelto; más bien, su lucha en curso está directamente vinculada a las realidades actuales. Esto se relaciona con las políticas actuales que han tenido como objetivo expulsar a los kurdos de sus tierras ancestrales, destruir sus hogares y granjas, así como matarlos o encarcelarlos y confiscar ilegalmente sus propiedades, como se vio en Afrín y Ras al-Ain. Además, existe una narrativa preocupante entre algunos ex oponentes de que los kurdos pueden convertirse en los próximos objetivos una vez que caiga el régimen.
La trayectoria de la relación entre los kurdos y los árabes en Siria exige que quienes participan en la política kurda adopten un discurso político unificado y claro sobre la futura relación con Damasco. Este discurso debería empezar con visiones constitucionales y extenderse a las estructuras de gobierno. Es vital reconocer que los partidos kurdos carecen actualmente de visiones suficientemente claras más allá de las consignas políticas que han planteado a lo largo de los años, como los derechos nacionales legítimos, el reconocimiento constitucional y el federalismo, consignas que a menudo carecen de contenido sustantivo. Esta grave deficiencia de la política kurda siria debería abordarse mediante la formación de una entidad política más competente y flexible que pueda articular las demandas kurdas y colocarlas en el centro del proceso político de transición.
Además, es crucial que los kurdos participen en debates sobre cuestiones técnicas que vayan más allá de las consignas políticas generales. Esto incluye la integración de los kurdos en el ejército sirio, no sólo porque han contribuido activamente a derrotar al ISIS, la organización terrorista internacional más peligrosa, y siguen persiguiendo a sus remanentes mientras protegen a sus prisioneros, sino también porque los kurdos son los garantes de facto contra la degeneración de Damasco en un nuevo ejército ideológico leal al nuevo poder gobernante. Además, los kurdos tienen derecho a representación en el ejército, las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia como otros sirios, especialmente después de haber sido sistemáticamente excluidos de las instituciones militares y de seguridad por los regímenes chovinistas desde la década de 1950 hasta el colapso del régimen de Assad.
En este contexto, la inclusión de los kurdos en las instituciones estatales emergentes debería considerarse como un aspecto esencial de la igualdad de derechos de ciudadanía, y no simplemente una cuota militar o una imposición de un hecho consumado a la población siria.
La nueva Siria no debe ser simplemente una versión modificada o esterilizada de la “Siria de Assad”. Esto no es suficiente. En cambio, hay que abordar de manera directa y exhaustiva cuestiones importantes, como los derechos de las mujeres y las minorías, las libertades individuales, la justicia social y la cuestión kurda. Estos temas pueden ayudar a aliviar la ansiedad crónica que sienten los sirios, incluidos los kurdos, sobre su futuro y su destino. También pueden reforzar las posiciones de los demócratas sirios que temen un retorno a la violencia y la represión y la transformación de Siria en un Estado puramente autoritario que reemplace la lealtad nacional por nuevas formas de lealtad.
FUENTE: Shoresh Darwish / The Kurdish Center for Studies / Traducción y edición: Kurdistán América Latina