Recientemente, Tom Barrack, embajador de Estados Unidos en Ankara y enviado especial del presidente Donald Trump a Siria, declaró tras una turbulenta reunión entre Ahmad al Sharaa, presidente sirio, y Mazlum Abdi, colíder de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), que el federalismo no es adecuado para Siria ni para la región, y que todos los esfuerzos deben centrarse en la consolidación de un Estado unitario en Siria. A pesar de las connotaciones racistas de la declaración de Barrack, esta resaltó la principal preocupación de la política estadounidense en la región: la primacía de la seguridad y la estabilidad en la construcción de un equilibrio de poder que garantice la seguridad de Israel como el brazo fuerte de la hegemonía estadounidense tras el 7 de octubre de 2023. Sin embargo, la declaración de Barrack tuvo implicaciones más amplias que trascendieron las fronteras geográficas de Siria. Sabemos que ya existe un sistema federal en el vecino Irak, y casi todas las fuerzas nacional-étnicas no persas de la oposición secular a la República Islámica, incluidos los kurdos, los árabes y los baluches, aspiran al federalismo en el futuro Irán.
La inculta declaración de Barrack, además de mostrar su desconocimiento de las exigencias de la justicia y la igualdad en las sociedades multinacionales modernas, demuestra su absoluta ignorancia de las condiciones que condujeron a la formación del Estado nación moderno, tanto en teoría como en la historia. Se espera que el enviado especial a Siria tenga un conocimiento rudimentario de los conceptos de nación e identidad nacional; que sepa que el Estado nación moderno presupone una nación como fuente uniforme de autoridad política y legitimidad, con un soberano que define la unidad legal del Estado tanto en el ámbito nacional como internacional. Actualmente, en Siria, tal nación soberana simplemente no existe; la sociedad siria está fragmentada, carente de unidad política y cultural. Pero podría crearse mediante el consentimiento democrático o mediante la fuerza de las armas, uniendo los fragmentos mediante la violencia. Barracks quiere que los kurdos, los drusos y los alauíes se sometan al gobierno centralizado de un gobierno sunita yihadista con un historial desastroso, tanto en el pasado como en el presente. Sacrificar la justicia y la igualdad en una sociedad multinacional en aras de una unidad forzada bajo un gobierno yihadista de traje y corbata no funcionará. La unidad por la fuerza es una receta para el desastre; la historia del Estado nación en sociedades multinacionales atestigua la veracidad de este argumento.
En sociedades como Siria, Irak e Irán, las sociedades multinacionales en un sistema/estructura política descentralizada no son una elección arbitraria, sino una necesidad política si nos preocupamos por la justicia y la igualdad. Una Siria unificada por la fuerza bajo un gobierno yihadista reestructurado resultará ser un problema, militando en contra del ethos mismo del nuevo orden, que consiste en garantizar la seguridad duradera de un Israel expansionista bajo la hegemonía estadounidense. Pero no debería sorprendernos que la dinámica del expansionismo israelí y la de la hegemonía estadounidense colisionen en el ámbito político y de seguridad, creado por las tendencias centrífugas de una sociedad multinacional y multirreligiosa en Siria. La paradoja de la estrategia estadounidense ya se ha manifestado en los preparativos de Barack para un matrimonio concertado entre Ahmad al Sharaa y Benjamin Netanyahu, aparentemente para salvaguardar las fronteras del norte de Israel ante posibles ataques de Hamás y Hezbolá. El objetivo estratégico, sin embargo, es lograr que Al Sharaa reconozca a Israel y se una al Acuerdo de Abraham, el terreno de juego político predilecto de Trump en Medio Oriente. Erdogan, por su parte, podría consentirlo, pero a un precio: la salida de Israel de Siria y la cooperación activa en la consolidación del Estado unitario de Al Sharaa. Este acuerdo, incluso si Netanyahu y su banda de ilusos supersionistas dan su consentimiento, tiene pocas posibilidades de éxito a largo plazo. Al Sharaa y Netanyahu no son simplemente extraños compañeros de cama; sus percepciones del interés nacional de sus respectivos países se basan en ideologías alimentadas por la sangre.
¿Cuáles son las implicaciones de la declaración de Barracks para Irak? ¿No debía Irak ser el ejemplo más claro de consenso democrático en un Estado multinacional con diversas tradiciones religiosas y culturales? La situación actual en Irak no solo contradice ese panorama optimista de unidad nacional y progreso, sino que también representa todo lo que los centralistas estatales comprometidos y los firmes defensores de una nación y un Estado unitarios en Irak defendieron antes y después de la caída del régimen del partido Baaz en 2003. Pero ¿es esta imagen una representación fiel de la realidad política en Irak? La región del Kurdistán iraquí, a pesar de todos sus pecados, se ha esforzado por mantener la unidad del Estado federal. Ha luchado con ahínco para mantener la unión contra poderosas tendencias centrífugas dentro y fuera del Estado, rescatándola al menos en dos ocasiones de la desintegración y el colapso. Esto revela una historia muy diferente: que, contrariamente a la opinión centralista, la solución a los males de la política iraquí no es un Estado unitario con una identidad unitaria consagrada en la Constitución y protegida por la fuerza de las armas. La violencia estatal, por muy efectiva que sea su aplicación, es solo una respuesta a corto plazo a la discordia nacional y el desorden político. La opresión solo genera descontento. El remedio debería buscarse en otra parte, en una cultura política democrática que sustente la precaria estructura política federal. La falta de una cultura política democrática genérica y vibrante en el centro es la principal fuente de inestabilidad que impide la consolidación del sistema federal en Irak. El argumento centralista es resultado de esta carencia; nace de ella y se nutre de ella. La verdad de este argumento no debe ser ignorada por los estrategas y responsables políticos estadounidenses de la región, obsesionados con la seguridad y la estabilidad. El orden y la estabilidad sin una cultura democrática que garantice la participación popular en el proceso político pueden ser muy frágiles. Un cambio radical de mentalidad y una revisión del pensamiento estratégico son necesarios para evitar una catástrofe inminente en Siria. Informar a Tom Barrack sobre las complejidades de la política en Medio Oriente antes de enviarlo a Damasco podría ser el primer paso en esta dirección, para gran disgusto de sus admiradores turcos en Ankara.
Así pues, contrariamente a la lógica subyacente a la declaración de Barrack, la respuesta a la supuesta inadecuación y probable fracaso del federalismo en las sociedades multinacionales no es un Estado autoritario centralizado más eficiente, sino una cultura política democrática, capaz de reconocer las diferencias y respetar el pluralismo genuino. Esto no es un cuento de hadas; podría/debería crearse facilitando y manteniendo la participación pública en un proceso político justo y no discriminatorio. El poder estadounidense en Siria e Irak debería desplegarse para contribuir a esta tarea. El primer paso en esta dirección es contar con una estrategia clara con objetivos inequívocos en Siria. Las ambigüedades en la estrategia estadounidense en Siria e Irak, además de causar una increíble confusión política, han resultado costosas, como lo demuestra la situación en Rojava (Kurdistán sirio) y, recientemente, en las comunidades alauí y drusa. El paradigma de la seguridad sin democracia no ha prosperado en Medio Oriente. Mantener la calma en las calles de las capitales árabes apoyando regímenes represivos y tolerando la opresión es una política errada, no solo imprudente, sino también costosa a largo plazo. Cuesta dinero y vidas humanas, socavando rápidamente el tejido social.
Las lecciones para los partidos políticos y las organizaciones que representan a los kurdos de Rojhilat (Kurdistán iraní) son claras: su búsqueda de un sistema político federal que sustituya a la fallida dictadura teocrática es una preocupación fundamentalmente estratégica, cuya consecución requiere más que alianzas políticas y cooperación con fuerzas aliadas de la oposición iraní. El ejemplo de la administración kurda en Irak y la lucha en curso en Rojava son valiosos: un federalismo sin una cultura política democrática que lo sustente generará conflicto y discordia en el centro persa, así como descontento y oposición en las comunidades no persas del país.
FUENTE: Abbas Vali / The Amargi / Fecha de publicación original: 19 de septiembre de 2025 / Traducción y edición: Kurdistán América Latina