El Destar: un emblema kurdo de comunidad y conexión con la tierra

Bajo la luz moteada del patio de un pueblo de Sarnijmar, en el Kurdistán Oriental (Rohjilat, noroeste de Irán), se despliega una escena de profunda y atemporal sencillez. Frente a un muro de ladrillo desgastado, cuatro mujeres y un hombre, madres y padres de la aldea, están sentados en el suelo formando un semicírculo. Con la vestimenta tradicional kurda, su presencia denota serena dignidad y concentración. En el centro de la reunión, una antigua herramienta marca el ritmo de la tarde: el Destar, un molino de mano tradicional kurdo.

Una mujer se inclina hacia adelante, agarrando firmemente el mango de madera con las manos, y comienza a girar la pesada piedra superior. El sonido que se eleva es elemental y rítmico, un suave susurro de piedra contra piedra, un sonido que ha resonado por los valles de los montes Zagros durante milenios.

Mientras trabaja, sus compañeras la observan, conversando fluidamente, y un niño pequeño entra y sale del encuadre jugando. No se trata de una simple tarea; es un ritual, un acto comunitario de transformación que convierte la riqueza de la tierra en el sustento de la vida y, al hacerlo, narra la historia perdurable del pueblo kurdo.

Este antiguo molino de mano, fabricado tradicionalmente con dos piedras redondas y pesadas, es mucho más que una simple herramienta agrícola. Es un poderoso emblema de una filosofía agrícola profundamente arraigada y un punto focal de los valores comunitarios que definen a la sociedad kurda.

La construcción del Destar es elemental: consta de una piedra inferior fija, el binik, y una piedra superior giratoria, el ser. Al girar el ser a mano, su peso y fricción muelen meticulosamente el trigo, la cebada y otros granos hasta convertirlos en harina, un alimento esencial para la vida. Si bien las técnicas modernas de molienda se han generalizado, el Destar ha persistido y su importancia resurge con fuerza en tiempos difíciles.

En períodos de embargo político y grave escasez de alimentos, esta humilde herramienta se ha convertido en un instrumento vital de supervivencia, un poderoso símbolo de la resiliencia kurda y de su inquebrantable autosuficiencia.

La importancia del Destar está inextricablemente ligada a una cosmovisión agrofilosófica que considera la semilla como la génesis sagrada de la vida y la tierra como una fuente divina. Las tierras de Kurdistán forman parte del Creciente Fértil, la cuna misma donde, hace unos diez mil años, la humanidad realizó la monumental transición de una existencia nómada de cazadores-recolectores a una vida agrícola sedentaria.

Esta historia no se limita a los libros de texto de arqueología; es un patrimonio vivo entretejido en la mitología, las historias orales y el folclore.

Como lo demuestra la investigación del proyecto histórico “Memoria de Diyarbakir”, la región alrededor de Karacadağ es donde la evidencia de ADN indica que se cultivó por primera vez el trigo escanda silvestre. El recorrido desde la recolección de hierbas silvestres hasta su siembra y cosecha conscientes es una narrativa que moldeó fundamentalmente el curso de la civilización humana, y comenzó en Kurdistán.

Los hallazgos arqueológicos de sitios como Çayönü Tepesi, que datan de hace casi 12.000 años, revelan la integración gradual pero profunda de granos como el trigo Emmer y el trigo Einkorn en la dieta diaria, evidenciada por el descubrimiento de azadas de piedra, hoces y restos de pilas de trigo almacenadas conscientemente.

Para las mujeres de Sarnijmar, el giro rítmico del Destar es el acto final de esta antigua narrativa. Es una forma de comunión con la tierra, la continuación de una historia que comienza con la siembra de una sola semilla.

El trigo, en particular, ocupa un lugar sagrado, simbolizando el sustento, la abundancia y lo sagrado. El pan nunca es solo alimento: es una bendición, y su proceso de creación se trata con reverencia. La molienda del grano es una manifestación física de este respeto, una expresión tangible de gratitud por la generosidad de la tierra.

Fundamentalmente, el sonido del Destar rara vez es solitario. Como se aprecia vívidamente en el patio de Sarnijmar, es un latido comunitario. La ardua tarea de moler grano era tradicionalmente una actividad colectiva que unía a las mujeres del pueblo.

Al girar la pesada piedra, el patio se transformaba en un vibrante espacio social. Allí se compartían historias, se cantaban canciones, se intercambiaban noticias y se reafirmaban y fortalecían los fuertes lazos de parentesco y amistad.

Este trabajo compartido convirtió una necesidad mundana en un evento que reforzaba el tejido social de la comunidad, un espacio donde se ofrecía apoyo y el conocimiento tradicional se transmitía de madre a hija.

La harina producida se utilizaba luego para hornear en comunidad y el pan resultante se compartía durante festivales y ceremonias, lo que reforzaba la dependencia mutua que es un valor central de la sociedad kurda.

Sin embargo, esta historia de abundancia y comunidad también está profundamente arraigada en el recuerdo de las dificultades y la lucha. La historia del trigo en Kurdistán es también política y económica. Como señala el historiador Uğur Bayraktar, los siglos XIX y XX presenciaron cambios drásticos en la propiedad de la tierra, con el Código de Tierras Otomano, de 1858, y la posterior confiscación de propiedades abandonadas, lo que condujo a la concentración de vastas tierras productoras de trigo en manos de beys y aghas políticamente poderosos.

Esto creó una estructura social de explotación, y el mismo grano que simbolizaba la vida también podía convertirse en una fuente de inmenso sufrimiento. A finales de la década de 1870 y en 1880, una hambruna devastadora, agravada por la guerra ruso-turca, la sequía y un duro invierno, provocó la muerte de decenas de miles de personas en la región de Diyarbakir.

Una carta de un líder comunitario, publicada en 1880, describe un panorama desgarrador: “La gente está devastada por una gran hambruna; el precio del pan es al menos dieciséis veces más alto de lo normal… las calles están llenas de mendigos y muchos de ellos mueren de hambre”. Esta crisis culminó en la revuelta del pan de Diyarbakir, en 1880, un levantamiento desesperado contra los comerciantes que acaparaban grano y vendían harina contaminada a precios exorbitantes.

En este contexto histórico, la escena de Sarnijmar adquiere una resonancia aún más profunda. El simple acto autosuficiente de moler el propio grano no es solo una cuestión de tradición; es un acto de independencia, una silenciosa declaración de la capacidad de sustentar a la familia al margen de sistemas económicos frágiles y a menudo injustos.

El Destar es, en su gran mayoría, una herramienta de las mujeres, y su uso continuo es un profundo testimonio de su papel vital como guardianas y transmisoras del patrimonio cultural. En una sociedad que a menudo ha sido patriarcal, el ámbito de la preparación de alimentos ha seguido siendo un espacio donde el conocimiento, la habilidad y la autoridad de las mujeres son primordiales.

Con el simple acto de girar la piedra, generaciones de mujeres kurdas no sólo han alimentado a sus familias, sino que también han preservado activamente prácticas antiguas, fomentado la comunidad y asegurado la supervivencia de su cultura durante los tiempos más oscuros.

El conocimiento de cómo seleccionar las piedras adecuadas, la técnica específica requerida para los diferentes granos y las historias que acompañan el trabajo son parte de una rica herencia transmitida a través de la línea matrilineal.

El sonido rítmico y chirriante que se eleva desde el patio del pueblo de Sarnijmar es, por lo tanto, más que el sonido del grano moliendo. Es el sonido de la historia, el sonido de la comunidad, el sonido de la supervivencia.

Es el canto perdurable de un pueblo, un testimonio de su vínculo inquebrantable con la tierra y de la fortaleza silenciosa de las mujeres que siempre han sido las guardianas de sus tradiciones más vitales.

FUENTE: Kamaran Aziz / Kurdistan24 / Traducción y edición: Kurdistán América Latina

jueves, octubre 23rd, 2025