“El socialismo real, en lugar de resolver el problema de la libertad, a menudo se convirtió en un mecanismo de poder que la profundizó. Los sistemas establecidos en nombre de la dictadura del proletariado reforzaron la dominación de las clases burocráticas en lugar de propiciar un auténtico autogobierno”
(Abdullah Öcalan)
La Revolución de Octubre de 1917 en Rusia marcó un punto de inflexión histórico para la transformación del socialismo marxista en una práctica concreta del poder estatal. Sin embargo, también marcó la supresión del papel del anarquismo dentro de la revolución. Aunque inicialmente pretendió representar la voluntad popular a través de los soviets obreros y los consejos campesinos, la revolución liderada por los bolcheviques pronto puso estas estructuras bajo el control absoluto del partido [1].
La orientación teórica y práctica de Lenin, y posteriormente de Trotsky, se basó en la estrategia de centralizar la revolución mediante un partido de vanguardia. Esto desplazó la iniciativa revolucionaria del pueblo al aparato del partido. Si bien los anarquistas —particularmente en Ucrania a través del movimiento de Néstor Makhno— desempeñaron un papel fundamental en la lucha revolucionaria, fueron reprimidos por los bolcheviques, especialmente tras acontecimientos como la sangrienta represión del Levantamiento de Kronstadt en 1921 [2].
Este proceso de eliminación sentó las bases para que la noción marxista del “Estado de transición” evolucionara hacia un aparato autoritario y centralizado en la práctica socialista real. En la Unión Soviética (URSS), el Estado se convirtió en una estructura que ostentaba el poder en nombre del proletariado, reproduciendo una casta burocrática. Los principios defendidos por los anarquistas —autogobierno, descentralización y democracia directa— fueron sistemáticamente reprimidos [3].
Entre 1918 y 1921, el Ejército Rojo suprimió los territorios libres de Ucrania, desmanteló las fuerzas de Makhno y ejecutó o exilió a numerosos líderes anarquistas. Simultáneamente, los colectivos anarquistas en Moscú y Petrogrado fueron disueltos, sus publicaciones clausuradas y se produjeron arrestos y ejecuciones masivas. En nombre de la unidad revolucionaria, los bolcheviques eliminaron a todo actor revolucionario pluralista y monopolizaron el poder, purgando así sistemáticamente la presencia anarquista de la revolución [4]. Estos acontecimientos llevaron a los anarquistas a caracterizar el régimen bolchevique como una “contrarrevolución en nombre de la revolución”.
Así, la tradición anarquista fue en gran medida excluida de los movimientos socialistas del siglo XX, mientras que la línea marxista se convirtió en una realidad política que legitimó la continuidad del Estado. Sin embargo, la advertencia de Bakunin de que “el nuevo Estado establecido en nombre de la revolución será simplemente una versión refinada de la antigua tiranía” se vio históricamente validada en la experiencia soviética [5]. Para las generaciones futuras, esta experiencia se convirtió no solo en un caso de degeneración autoritaria, sino también en una lección histórica vital que demuestra por qué los principios anarquistas deben defenderse en los procesos revolucionarios.
La degeneración autoritaria del socialismo de estilo soviético puede considerarse una experiencia histórica decisiva que transformó profundamente la relación de Abdullah Öcalan con el paradigma socialista. Desde finales de la década de 1990, Öcalan interpretó el colapso de la URSS no sólo como una victoria del imperialismo, sino también como el fracaso estructural del socialismo estatista [6].
En el centro de esta crítica se encuentra la rápida burocratización del Estado construido en nombre del proletariado, su supresión de la voluntad popular y la reproducción de un poder centralizado que excluía a las mujeres y a las comunidades locales. Öcalan argumentó que esto no era simplemente una desviación histórica, sino una forma de dominación codificada en el concepto mismo de Marx del Estado de transición [7]. En consecuencia, en lugar de adoptar el modelo soviético, abogó por un sistema político basado en la democracia directa, el autogobierno local y la trascendencia del Estado.
Esta búsqueda se entrecruzó con los conceptos de ecología social y municipalismo libertario de Murray Bookchin, evolucionando hacia un modelo de vida comunitaria sin Estado, pero organizado, conocido como confederalismo democrático. De esta manera, Öcalan redefinió la promesa socialista de liberación mediante una visión de soberanía popular independiente del Estado y libre del centralismo.
En el centro de la crítica de Öcalan al socialismo existente se encuentra la santificación del Estado y la supresión de la voluntad popular mediante aparatos burocráticos. En su opinión, la URSS y regímenes similares, a pesar de afirmar ser alternativas al capitalismo, reprodujeron los códigos estructurales fundamentales de la modernidad capitalista: centralización, progresismo e industrialismo [8].
Considerar el Estado como una “herramienta de transición”, sustituir al sujeto revolucionario por el aparato del partido y reemplazar a la clase por los cuadros de vanguardia, imposibilitó la participación popular. Desde esta perspectiva, Öcalan veía el socialismo real no sólo como un modelo históricamente fallido, sino también como una forma de dominación incompatible con los principios libertarios. Para él, el colapso de los sistemas socialistas no se debía principalmente a intervenciones externas, sino a sus dinámicas internas de autoritarismo.
Otra crítica central reside en la desatención sistemática del género y la ecología. Öcalan sostiene que los análisis clasistas trataron la liberación de la mujer y la relación con la naturaleza como cuestiones secundarias, lo que limitó gravemente la capacidad transformadora del socialismo [9].
Sin embargo, una verdadera lucha por la libertad requiere un enfoque multidimensional: uno que combata no solo la explotación de clase, sino también el patriarcado, la asimilación étnica y la dominación de la naturaleza. En consecuencia, Öcalan redefinió el socialismo como un modelo basado no en el Estado, el centralismo ni la homogeneidad, sino en la multiplicidad, el autogobierno y los principios de una sociedad ético-política. Concebido bajo el nombre de “modernidad democrática”, este modelo representa un esfuerzo por construir una tercera vía en oposición a las formas liberales y socialistas de Estado de la modernidad capitalista [10].
Notas:
1- Isaac Deutscher, El profeta armado: Trotsky 1879-1921, Verso, 2003.
2- Victor Serge, Memorias de un revolucionario, Oxford University Press, 1963.
3- Paul Avrich, Los anarquistas rusos, AK Press, 2005.
4- Alexander Berkman, El mito bolchevique, Dover Publications, 1971.
5- Mijaíl Bakunin, Estatismo y anarquía, Cambridge University Press, 1990.
6- Abdullah Öcalan, Temas actuales en sociología, Aram Publications, 2007.
7- Abdullah Öcalan, Manifiesto de la Civilización Democrática, Volumen 1, Aram Publications, 2009.
8- Janet Biehl, Ecología o catástrofe: La vida de Murray Bookchin, Oxford University Press, 2015.
9- Dilar Dirik, El movimiento de mujeres kurdas: historia, teoría, práctica, Pluto Press, 2022.
10- David Graeber, Fragmentos de una antropología anarquista, Prickly Paradigm Press, 2004.
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FUENTE: Ercan Jan Aktas / BIANET / Traducción y edición: Kurdistán América Latina