El Che no murió, cayó en combate

La década de 1960 fue un torbellino mundial. Fueron tiempos maravillosos de los cuales recordamos, con mayor intensidad, los hechos revolucionarios antes que las violencias y violaciones del sistema. Cómo no recordar las jornadas de resistencia y combate del pueblo de Vietnam y su tremenda “ofensiva del Tet”, en 1968, que significó una tremenda victoria estratégica y una derrota de Estados Unidos, la primera potencia militar del mundo que de ese modo comenzaba su inevitable retirada del Sudeste asiático. Cómo no sentirnos orgullosos del partido Panteras Negras, en Estados Unidos; de las guerrillas latinoamericanas nacidas al calor de la Revolución cubana; de las luchas de los obreros y estudiantes europeos; de las revoluciones e independencias argelina, vietnamita, angoleña, mozambiqueña, y así hasta completar un enorme tapiz de luchas y resistencias populares en todo el mundo.

En ese mundo en movimiento, la muerte del Che fue recibida de dos maneras: como un golpe por la caída de alguien que habíamos colocado en la más alta estima; y como un ejemplo de vida, de coherencia entre lo que decía y lo que hacía. Con el tiempo, el dolor se fue disipando y quedó, invicta, la imagen del guerrillero heroico, ese personaje notable que había hecho de su voluntad rebelde la mejor herencia a las generaciones que vinimos después.

Más que sus ideas, que comparto, siempre me interesaron sus cartas, sobre todo las “cartas de despedida”, ya que escribió varias porque cada cierto tiempo se enfrentaba a situaciones peligrosas e inciertas. La que más me gusta es la que escribió a sus padres, en marzo de 1965, que comienza con una referencia al Quijote: “Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo”.

Es una carta llena de cariño pero también es autocrítica, pese a la brevedad: apenas una cuartilla. “Muchos me dirán aventurero, y lo soy, sólo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades”. Nunca tuvo miedo a decir las cosas por su nombre, porque era de esas personas verdaderas, que no se esconden detrás de máscaras ideológicas. Reconoció, incluso, ser “extremadamente rígido” a la hora de expresar sus sentimientos, algo que nos resuena a quienes comenzamos la militancia a fines de la década de 1960.

Una de las frases más hermosas, porque nos fuerza mirarnos a nosotros mismos, es la que hace referencia a la voluntad del revolucionario, esa características que le permite superar las limitaciones propias y las situaciones más adversas: “Una voluntad que he pulido con delectación de artista, sostendrá unas piernas fláccidas y unos pulmones cansados”. Aquí se revela, también, como un escritor refinado, capaz de sintetizar en pocas palabras sentimientos profundos con elegancia y hasta sentido del humor.

La herencia que nos dejó el Che fue, sobre todo, ética. “Ser como el Che”, la frase que lo decía todo, era mucho más que el respeto al ícono revolucionario del momento. Era una promesa de vida, de dar la vida si era necesario, por la revolución que traería felicidad y bienestar al mundo. Repetíamos “Ser como el Che” como un mantra ante cualquier dificultad, y hasta por costumbre. Así de arraigado estaba el sentimiento de luchar con las armas en la mano contra el enemigo. De poner el cuerpo y jugarnos la vida por pura conciencia y coherencia.

Han pasado las décadas, seis exactamente, y ya la lucha armada como la entendió el Che no es la opción de los movimientos emancipatorios, por lo menos en América Latina. Sin embargo, la referencia al Che como ejemplo de vida sigue siendo importante, mostrando que la cuestión no se reducía a la toma de las armas, sino a algo mucho más profundo y duradero: algo así como una espiritualidad revolucionaria, la ética de vida, algo inmaterial que contraste con el materialismo frío que heredamos de la Revolución bolchevique.

Sobre sus limitaciones hay una confesión que me parece que es también un legado importante. “No he sabido expresar mi cariño”, le dice a sus padres, luego de asegurarles que los ama. Y estoy convencido que esto es, también, un legado trascendente del Che, porque nos recuerda que a menudo la militancia revolucionaria ha sido demasiado racional, rígida, ideológica, pero poco amorosa.

Quiero dedicarle algún espacio a este tema, que creo de gran actualidad. Para Lenin, por quien sigo sintiendo admiración, el militante debía ser una persona sacrificada, dura, intransigente. La novela Así se templó el acero, de Nikolái Ostrovski, es un buen ejemplo de ese tipo de persona, de claro cuño estalinista. Ese tipo de militante estaba inspirado en la novela de Nikolai Chernyshevski, ¿Qué hacer?, publicada en 1863, una obra admirada por Lenin y por los narodniks a los que perteneció su autor.

Sin embargo, luego de un siglo de la revolución bolchevique y de sesenta años de la caída del Che, debemos reconocer el heroísmo, sin lugar a dudas, pero también recoger la confesión de Guevara a sus padres como una limitación a superar. No se es más revolucionario por andar con el ceño fruncido, por no permitirse sonreír y no dar muestras de cariño a sus compañeros, amigos y familiares.

No conozco a nadie que se haya incorporado a la lucha por leer a Marx, o a Lenin, o a cualquier otro autor. Las personas reales lo hacemos por indignación, por rechazo al opresor, como reacción radical a la situación que vivimos. El pensamiento viene después. Es un modo de comprender mejor la realidad que se pretende transformar, o para entender las opresiones y humillaciones que cada quien sufre, tanto en lo individual como en lo colectivo.

José María Arguedas, uno de los mayores escritores latinoamericanos, acuñó una frase notable: “El socialismo no mató en mí lo mágico”. Nacido en los Andes, amante de la cultura quechua, enamorado de sus músicas, cantos y danzas, tuvo una fugaz relación con el Partido Comunista peruano porque no aceptaba lo que consideraba una cultura “atrasada”. Pensar que el socialismo se reduce a una ciencia, como ya apuntó Abdullah Öcalan, es despojarlo de su carácter humano, o sea del principal aspecto de este movimiento. El revolucionario kurdo escribió: “Privar al pensamiento de utopías y mitologías, de leyendas y epopeyas, es como dejar al cuerpo sin agua”.

En su gestión económica como ministro de Industria, en Cuba, el Che decidió que los trabajadores autogestionaran su horario de trabajo, algo que iba en contra de toda racionalidad productiva, ya que podía entrar a la hora que ellos decidieran y retirarse cuando lo necesitaran. Fue un fracaso productivo, pero a la vez enseñaba la enorme confianza que el Che tenía en las personas. Todo el debate sobre los “estímulos morales” más que los materiales,lo sintetiza en una frase célebre: “El socialismo sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo contra la alienación”.

El trabajo voluntario era para el Che la antítesis de los estímulos materiales que implementaban en la Unión Soviética (URSS), y que veía estrechamente ligados al capitalismo. Consideraba la revolución como el cambio profundo en las relaciones sociales y no como un aumento exponencial de la producción: “En nuestra posición, el comunismo es un fenómeno de conciencia y no solamente un fenómeno de producción; y que no se puede llegar al comunismo por la simple acumulación mecánica de cantidades de productos puestos a disposición del pueblo”.

También tomó posición contra del economicismo y del simple desarrollo de las fuerzas productivas como la clave para superar el capitalismo. Su pensamiento parte de la ruptura con la ortodoxia y los manuales soviéticos. Fue marxista comprometido con el comunismo como proyecto político-moral, colocando la ética al timón de mando del proceso revolucionario y promoviendo siempre el enfrentamiento contra vicios dogmáticos, temas elaborados en Apuntes críticos a la Economía Política, donde realiza una crítica frontal al modelo soviético.

Las ideas y la vida del Che son una fuente incesante de aprendizajes que todavía no hemos explorado en toda su dimensión. Como sucede con todos los grandes personajes en la historia, el Che tiene varias aristas, contradictorias por cierto, pero creo que en estos momentos tan difíciles para la humanidad deberíamos revisitar sus aspectos más utópicos y esperanzadores.

FUENTE: Raúl Zibechi / Yeni Özgür Politika / ANF / Edición: Kurdistán América Latina

jueves, octubre 9th, 2025