Desde las montañas libres de Kurdistán, el periodista de la agencia de noticias ANF Barış Boyraz fue testigo directo de un momento sin precedentes: la quema simbólica de las armas por parte del PKK, acto con el que se cerró una etapa de cuarenta y seis años de lucha armada. Este reportaje recoge sus impresiones sobre un acontecimiento que podría reconfigurar la historia de Medio Oriente.
Es 11 de julio, y estamos en la localidad de Dukan, en Sulaymaniyah (Bashur, Kurdistán iraquí). Llegamos aquí con gran emoción. Desde el llamado del líder del pueblo kurdo Abdullah Öcalan, el 27 de febrero, y el congreso del PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán), celebrado entre el 5 y el 7 de mayo, se ha hablado de que un grupo de guerrilleros de la libertad destruiría sus armas. El objetivo es avanzar en el proceso de paz y mostrar sinceridad hacia él. Sin embargo, persiste un ambiente de cautela: “Para que este paso continúe, el Estado debe tomar medidas legales y legislativas”.
Nosotros, los medios libres, llegamos a Sulaymaniyah días atrás para seguir los acontecimientos. Aquí, una delegación internacional de todo el mundo está presente para observar este paso dado por los guerrilleros. Seguiremos los acontecimientos juntos e informaremos al público.
El jueves, llegamos al Hotel Ashur, ubicado a orillas del lago Dukan. “Mañana es un gran día, nos levantaremos temprano”, dijimos, y fuimos a nuestras habitaciones. Queríamos descansar, pero era difícil dormir. Sabíamos que se estaban haciendo intensos preparativos en las montañas visibles desde la ventana, y compartíamos la emoción. El tiempo parecía haberse detenido. Mientras pensaba “¿podré entrevistar a un guerrillero después de la ceremonia? ¿Qué debería preguntarle?”, me quedé dormido. Me desperté temprano, incluso antes de que sonara la alarma. Me encontré con otros periodistas en el vestíbulo del hotel.
Mientras tanto, nos comunicamos con amigos del Kurdistán del Norte (Bakur, sudeste turco) que habían llegado a Hewlêr (Erbil, capital de Bashur) la noche anterior. Ellos también habían salido temprano hacia el lugar de la ceremonia.
Una convergencia global
Debido al riesgo de provocación, no sabíamos dónde ni cómo se celebraría la ceremonia. Preguntamos, pero no obtuvimos respuestas, así que dejamos de preguntar y esperamos el momento de la salida. Nunca había estado tan emocionado por un viaje cuyo destino no conocía. Siguiendo el consejo de un amigo, decidimos dirigirnos al sitio antes que el convoy oficial. La matrícula de nuestro vehículo había sido entregada a las autoridades con antelación para no tener problemas en el trayecto ni en la entrada. Tomamos nuestras mochilas y subimos al coche, pero nos sorprendimos en la puerta del hotel. Docenas de periodistas de todo el mundo, cientos de vehículos y una multitud enorme bloqueaban completamente el camino. Atrapados en una carretera estrecha sin salida, bajo la mirada de decenas de cámaras y rostros curiosos, regresamos al hotel y decidimos salir con el convoy oficial.
Y por fin nos ponemos en marcha
Mientras esperábamos en el vestíbulo, una voz exclamó con emoción: “¡Nos vamos!”. Salimos de nuevo, solo para sorprendernos una vez más en la puerta: cincuenta y cuatro enormes vehículos todoterreno, nuevos y relucientes en color blanco, estaban alineados. Los asientos todavía estaban cubiertos con plástico, ninguno tenía matrícula, y sus ventanillas estaban completamente tintadas. Pensé que el color blanco se había elegido intencionadamente para la ocasión, ya que simboliza la paz. Estábamos en la región de Raperin, y el evento era organizado por la Unión Patriótica de Kurdistán (UPK). La rivalidad entre la UPK y el Partido Democrático de Kurdistán (PK) era evidente: “¿Quién recibirá mejor a los invitados?”.
La multitud no nos deja salir
De todos modos, hoy era un día histórico para los kurdos. Llamémoslo “una rivalidad al servicio de las conquistas kurdas”. Subimos a los vehículos, dos por coche. Un compañero periodista y yo tomamos asiento en la parte trasera, según el protocolo. Todo parecía una escena de película. Finalmente, el convoy se puso en marcha, tomando la misma carretera que habíamos intentado antes. La multitud había crecido, pero las fuerzas de seguridad de la UPK habían despejado el camino, así que avanzamos. Aire cálido y las voces de los reporteros diciendo “Día histórico… El convoy está en marcha… Rumbo al sitio de la ceremonia…” golpeaban mi rostro a través de la ventanilla entreabierta. Ignoré la voz de las herramientas de guerra psicológica. Todas las carreteras habían sido cerradas para nosotros, y avanzamos sin dificultad.
Vamos a la montaña, la montaña no viene a nosotros
Mi compañero hablaba soraní (dialecto kurdo) y conversaba con el conductor de la UPK. Surgieron las comparaciones habituales entre Hewlêr y Sulaymaniyah: “Hewlêr es como Dubái, Sulaymaniyah se parece más al Diyarbakır de los años noventa: auténtico y real”. La conversación dio paso a la emoción. Nuestro convoy se desvió de la carretera principal Dukan–Suleimaniyah hacia un camino más accidentado. Con el paso de los minutos, la altitud aumentaba, el asfalto se deterioraba, las curvas se agudizaban y las pequeñas colinas daban paso a majestuosos acantilados y montañas. Seguridad y fuerzas especiales de la UPK se encontraban a ambos lados del camino. Cada colina, roca y árbol parecía cargar con el dolor de cien años sin Estado. Pero los últimos cincuenta años de lucha han dado a esta tierra un nuevo significado: esperanza. Estábamos llenos de emociones encontradas: optimismo cauteloso, esperanza, tristeza…
Encuentro con la delegación del Kurdistán del Norte
Perdidos en la emoción, no nos dimos cuenta de cuánto tiempo había pasado. Tras una subida de 15 o 20 minutos, dejamos el asfalto y tomamos un camino de tierra más allá del pueblo de Kanî Xan. A la derecha de la carretera, vimos un convoy de unos cincuenta vehículos negros: sí, la delegación del Kurdistán del Norte había llegado. Estábamos a solo unos kilómetros del lugar de la ceremonia. Mientras intentábamos distinguir quién estaba dentro de los vehículos con cristales polarizados, el convoy de Hewlêr desapareció tras una curva. Iban justo detrás de nosotros. Al tomar la misma curva, el lugar de la ceremonia se hizo visible: una plataforma frente a una enorme roca, una pantalla grande y una carpa blanca. Nos bajamos a unos cien metros. Estaba prohibido grabar. En el control, entregamos nuestros teléfonos y ordenadores portátiles. A partir de aquí, seríamos testigos de la historia solo con nuestros ojos y memoria.
Elección significativa del lugar
La cueva Casene, donde se celebró el evento, tiene un gran significado para los kurdos. ¿Por qué? El jeque Mahmud Hafid trasladó a personas aquí en respuesta a las amenazas británicas. Más tarde, el periódico Bangî Heq se imprimió en esta cueva, lo que le dio el nombre de Şikefta Çapamenî, “Cueva de la Prensa”. Claramente, el lugar fue elegido con cuidado.
Nos sentamos en sillas bajo una carpa a unos ciento cincuenta o doscientos pasos de la cueva. La temperatura superaba los 45 grados, con grandes ventiladores de refrigeración colocados a ambos lados. A la izquierda de la carpa había una plataforma para las declaraciones de los guerrilleros; enfrente, una carpa más pequeña para los dignatarios. Desde nuestros asientos, podíamos ver ambas.
Madres que cargan con el peso de la guerra
Tomamos lugar junto a personas exiliadas en su propio país, representantes de ONGs, periodistas, escritores, las Madres por la Paz y las Madres de los Sábados. Estas eran personas que habían soportado todo el peso de la guerra y la violencia. Esta ceremonia reunió a amigos separados durante mucho tiempo, y su reencuentro adquirió significado a través de la lucha por la paz.
La atmósfera en la carpa de los dignatarios era distinta: allí se encontraban miembros del MIT (servicios de inteligencia turco), soldados de civil, observadores internacionales y dirigentes del Partido por la Igualdad y la Democracia de los Pueblos (DEM). Se había instalado un gran caldero para quemar las armas.
A la izquierda de la entrada, había un camión de transmisión, pero no se le permitió emitir en directo. Todo estaba listo: cámaras, operadores, fotógrafos. Pero no se permitió ninguna cobertura en vivo. Las imágenes serían grabadas y distribuidas posteriormente. La fragilidad del proceso generó desafíos prácticos, y la gente trabajó intensamente para resolverlos. A pesar de todo, la organización fue meticulosa y entregada.
Esperando ver quién aparecería primero
Poco después de sentarnos, se hizo un anuncio: sin cánticos, sin fotos ni grabaciones. Algunas personas entraban y salían de la cueva. Los preparativos finales estaban en marcha. Todos esperaban ansiosos ver quién aparecería primero. Justo entonces, una foto de Abdullah Öcalan apareció en la pantalla de proyección. La ceremonia estaba a punto de comenzar.
Diez minutos después, todas las miradas se fijaron en la parte superior de las escaleras. Apareció Besê Hozat, una de las portavoces del Grupo por la Sociedad Democrática y la Paz. El silencio llenó el ambiente. La disciplina y el espíritu colectivo de esta lucha eran evidentes. Cuando llegaron al último escalón, aplausos, eslóganes y zılgıt llenaron el espacio. Detrás de Besê Hozat venían Behzat Çarçel, Tekoşin Ozan y Tekin Muş. Quince mujeres y quince hombres, cada uno con armas diferentes, entraron al área. Se colocaron cuatro sillas en la plataforma; los portavoces tomaron asiento, y el resto de los guerrilleros se alineó detrás de ellos.
Llamado a pasos legales para avanzar en el proceso
La copresidenta del Consejo Ejecutivo de la Unión de Comunidades de Kurdistán (KCK), Besê Hozat, comenzó: “Estamos aquí hoy para hacer una declaración en respuesta al llamado del Líder Apo (Abdullah Öcalan)”. Leyó la declaración en turco; Behzat Çarçel la leyó en kurdo. Tras cinco segundos de silencio, Hozat subrayó que deben tomarse pasos legales y legislativos para avanzar en el proceso. Luego tomó el arma a su lado, se levantó y caminó hacia el sitio de la quema. Uno por uno, los guerrilleros colocaron cuidadosamente sus armas en el caldero. Esperaron junto al área de los dignatarios. El último guerrillero colocó su arma en el fuego.
En el momento esperado, Besê Hozat y Behzat Çarçel encendieron el fuego con una antorcha. El fuego simboliza el renacimiento para los kurdos. El mensaje era claro: “Esto no es un final, sino el comienzo de un nuevo renacer”. Después de encender el fuego, Hozat se unió a los guerrilleros que esperaban. Intercambiaron miradas breves y regresaron silenciosamente por las escaleras. A un lado estaba la montaña, al otro el llano, un gesto simbólico que dejaba el trabajo pendiente de libertad y paz a los demás.
Nos encontraremos con los guerrilleros en la Cueva Casene
Los eslóganes y zılgıt continuaron hasta que desapareció el último guerrillero. Entonces vino el anuncio de cierre. Tuvimos suerte, nuestra solicitud de entrevista fue aprobada. Ahora visitaríamos la Cueva Casene y hablaríamos con los guerrilleros que habían quemado sus armas…
FUENTE: Baris Boyraz / ANF / Edición: Kurdistán América Latina