El régimen de Damasco y la tríada “yihadista-baazista-turanista”

Las violaciones sistemáticas de seguridad cometidas por el aparato del gobierno interino de Siria y sus facciones contra la población civil, en particular la alauita y la drusa, continúan sin cesar. Casi a diario se producen asesinatos en puestos de control, secuestros, robos o desplazamientos masivos de personas pertenecientes a estos dos grupos. Existe una política de persecución sistemática basada en la identidad sectaria contra los ciudadanos sirios alauitas y drusos. Esta política culmina en asesinatos en puestos de control y la privación del derecho a la vida, y se agrava con casos de secuestro que afectan incluso a mujeres casadas. No se limita a insultos y humillaciones verbales, sino que también atenta contra los medios de subsistencia de la población mediante despidos masivos o la reiterada decisión racista de trasladar arbitrariamente a empleados y trabajadores alauitas y drusos de sus zonas a regiones remotas, como parte de una estrategia para restringir y combatir su subsistencia. Las autoridades suelen alegar que no existe ningún motivo político o sectario detrás de estas medidas, y que se trata simplemente de pasos técnicos relacionados únicamente con las “condiciones laborales”.

La experiencia de los últimos meses bajo la autoridad de Damasco (el gobierno interino o autoridad de facto) revela una amplia gama de masacres y violaciones cometidas por esta autoridad y sus facciones contra diversos sectores de la población siria, creando una peligrosa división y fractura en el tejido nacional, cuyas consecuencias resultan imposibles de abordar o superar. Esto ocurre a pesar de los continuos esfuerzos de quienes apoyan a esta autoridad por encubrir todos estos crímenes y violaciones, intentando eludirlos mediante campañas de rehabilitación y empoderamiento. Estas campañas buscan rescatar a esta autoridad de su fracaso total, brindarle una nueva oportunidad y, de este modo, aferrarse a ella, rechazar cualquier alternativa propuesta, e imponerla por la fuerza al pueblo sirio. Quizás este apoyo árabe e internacional a la autoridad de Damasco, a pesar de todo lo ocurrido, sea lo que la impulsa a mantener una mentalidad de exclusión y traición, a rechazar el diálogo nacional y el consenso interno, e insistir en la construcción de un Estado totalitario centralizado controlado por la facción, cuyos pilares y articulaciones se apoyan en los jeques y juristas de Hayat Tahrir al Sham (HTS). Estas figuras asesoran secretamente a los ministros y funcionarios, basándose en experiencias en la construcción y gestión del “Emirato Islámico”, partiendo del modelo implementado en el “Afganistán talibán” o del modelo imaginado presentado por Abu Bakr Naji en el manifiesto “Gestión de la Salvajismo”. Los jeques de confianza, considerados la “columna vertebral” de la facción Hayat Tahrir al Sham, supervisan la implementación de sus disposiciones a la luz de los “requisitos de la etapa”, comenzando con la “Irritación y el Agotamiento”, pasando por la “Gestión del Salvajismo” y terminando con la etapa de “Logro del Poder y el Empoderamiento” y la finalización de la construcción del Emirato Islámico.

El núcleo del Estado-facción se basa claramente en la ideología yihadista, donde los juristas buscan invalidar ciertos aspectos de la Sharia, según las exigencias del momento y el lugar, en aras de un mayor poder a largo plazo, respetando los principios fundamentales y ocultando todo esto en la medida de lo posible. En consecuencia, conceptos como democracia, elecciones y Estado de ciudadanía, donde todos son iguales sin importar su religión o secta, están ausentes. Se produce una falsificación, manipulación y elusión masivas de todos estos fundamentos y pilares del Estado civil moderno, por cuya consecución el pueblo sirio se levantó y realizó inmensos sacrificios, con la complicidad de los medios de comunicación árabes. Dado lo excepcional del escenario y la proximidad del experimento, no hay inconveniente en aceptar la realidad de la formación de diversas tendencias y ejes de poder en torno al núcleo yihadista del Estado, que contribuyen a apoyar y difundir el mensaje/proyecto. Estas son las tendencias turanistas (siguiendo la senda de los Lobos Grises) y las tendencias baazistas (la interpretación racista del nacionalismo árabe). Mediante estas, se movilizan numerosos sectores y capacidades, lo que proporciona al Estado faccional yihadista fuerza e inmunidad, además de atraer a potencias y Estados que adoptan abiertamente estas dos tendencias. Desde aquí, la facción yihadista intenta utilizar el nacionalismo árabe primitivo y el tribalismo étnico contra sus oponentes que abogan por el Estado nacional (así como contra los kurdos, el noreste de Siria y las Fuerzas Democráticas Sirias -FDS-, en múltiples frentes y niveles). Se lleva a cabo incitación, agitación y revolución, lo que tiñe el discurso oficial de los medios de comunicación de una dimensión racista, y los llamamientos a la limpieza étnica y las amenazas de genocidio y masacres se convierten en meros “puntos de vista”. Mientras tanto, se promueven y financian los llamados grupos tribales en armas (Faza’at ‘Asha’iriya) para servir de base de apoyo a la autoridad y a las fuerzas auxiliares con las que se reprime a los sirios disidentes, insistiendo en el carácter árabe y su prominencia en cada ocasión, tal como lo hacía el antiguo régimen baazista al hablar de la “República Árabe Siria”, el “Ejército Árabe Sirio”, la “Televisión Árabe Siria” y la “mayoría árabe” en tal o cual gobernación. Esto, por supuesto, además de recurrir a un gran número de remanentes y matones (shabiha) de los cuadros de los regímenes de Bashar al Asad y creadores de su discurso cultural y mediático, para aprovechar su experiencia en la represión contra los opositores de la autoridad. Esto es independiente del “reciclaje” de figuras políticas y de seguridad implicadas en violaciones y crímenes contra los sirios, y de empresarios corruptos y saqueadores, y su rehabilitación para servir a la autoridad y gestionar los asuntos administrativos y “tecnocráticos” que los cuadros de la facción todavía no son capaces de comprender y gestionar.

En cuanto a la corriente turanista, esta cuenta con el patrocinio directo del Estado turco. A través de ella, Ankara busca infiltrarse en la estructura del Estado sirio, construir su propio Estado dentro del Estado de las facciones e influir en él, de modo que este, y por consiguiente toda Siria, se convierta en un Estado subordinado y en una esfera de influencia turca. Turquía continúa liderando las facciones conocidas como el Ejército Nacional Sirio (ENS), que fundó en 2017, y administra directamente las zonas que ocupó en operaciones militares en 2016, 2018 y 2019, mediante un sistema administrativo y educativo vinculado al interior de Turquía. Insiste en impedir el retorno de los kurdos desplazados a sus territorios y en mantener y consolidar la realidad del cambio demográfico, especialmente en Afrin y Ras al Ayn (Serekaniye). El papel de Turquía se extiende más allá de los aspectos militares y administrativos, abarcando también los ámbitos económico, militar y político. Ankara intenta vincular la economía siria a la turca, reestructurándola y supervisándola para convertirla en una economía rentista subordinada y conectada a la turca. Además, busca garantizar que Siria siga siendo un mercado abierto para los bienes y productos turcos y que la industria nacional permanezca estancada y débil, sin posibilidad de reactivación ni competencia. En el ámbito militar, las autoridades de Damasco se muestran completamente sumisas a la voluntad turca, aceptando los programas turcos de entrenamiento, armamento y desarrollo de la doctrina de combate del nuevo ejército sirio. Políticamente, basta con observar las visitas y citaciones de funcionarios sirios a Ankara tras cada medida, interna o externa, que el gobierno adopta y que muestra cierta “independencia” o desviación de las directrices preestablecidas por Ankara.

En estas circunstancias se están configurando varias “Sirias”. Por un lado, el Estado de la facción HTS, basado en una ideología salafista-yihadista, que varía y se “muta” en sus distintas ramas según las necesidades y las circunstancias, pero que intenta mantenerse fiel a la metodología de “Empoderamiento” y a los “Fundamentos”. Por otro lado, un Estado racista, en torno al cual se congregan nacionalistas primitivos y remanentes baazistas, así como la “Shabiha” de los medios de comunicación, la economía y la política. Este Estado es necesariamente hostil a la diversidad, el pluralismo y los valores de la ciudadanía, y tiende a la glorificación de la raza y la presentación de “clichés” de superioridad étnica, amenazando a los kurdos y a otros con masacres y limpieza étnica. Finalmente, el Estado de la tendencia turanista, bajo la supervisión de Turquía, que incluye a señores de la guerra implicados en la comisión de crímenes y violaciones de la humanidad contra otros sirios, e intermediarios que han reclutado mercenarios sirios para luchar por proyectos turcos en Azerbaiyán, Níger y Libia. La lealtad de estos individuos y sus armas están al servicio de Turquía, y en realidad son un instrumento de presión que Ankara utiliza contra las autoridades de Damasco. A través de ellos, Turquía intenta obstaculizar la construcción de un Estado sirio descentralizado para todos sus ciudadanos e impedir cualquier consenso nacional que se aparte de la voluntad y la visión turcas, las cuales consideran a Siria una provincia subordinada a Turquía, que recibe órdenes del séquito del sultán en el Palacio de Beshtepe en Ankara.

FUENTE: Tariq Hemo / The Kurdish Center for Studies / Fecha de publicación original: 4 de noviembre de 2025 / Traducción y edición: Kurdistán América Latina

miércoles, noviembre 12th, 2025